Crear un destino solo para turistas ricos no funciona: ni dejan más dinero ni preservan el medio ambiente

Uno de los grandes qubraderos de cabeza de muchos gobiernos es cómo optimizar la industria del turismo para que esta aporte los máximos beneficios posibles sin que tenga un impacto negativo en la vida diaria de los habitantes y el medio ambiente.

Las tasas turísticas y los visados (como los que impone China o Egipto a los turistas españoles), son algunas de las fórmulas que muchos han probado para prevenir ese tipo de visitantes irrespetuosos de lo local. Sin embargo otros están a favor de otro tipo de barrera de entrada: la económica. Crear destinos al que solo pueden acceder los turistas ricos, que, en teoría, seria menor en cantidad y de mejor calidad.

La mala noticia es que la ecuación ni es tan sencilla ni tan efectiva como parece. Podemos tomar como ejemplo la iniciativa de quien fuese Ministro de Turismo de Nueva Zelanda en 2020, Stuart Nash, el cual declaró de forma textual que "los esfuerzos deben dirigirse descaradamente a los turistas adinerados antes que a aquellos que viajan por su país comiendo fideos de dos minutos". Efectivamente, tras la pandemia, promovió algunos planes de entrada selectiva al país, encaminados especialmente a viajeros de alto poder adquisitivo.

Sin embago, uno de los investigadores más reputados del país, James Higham, profesor de turismo en la Universidad de Otago, y quien ha realizado numerosos estudios en este campo, ha afirmado que la suposición de que las personas con un alto patrimonio contribuyeron más a Nueva Zelanda que los viajeros con un presupuesto limitado no es necesariamente respaldada por los datos.

Aunque es evidente que el turista rico que se hospeda en un hotel lujoso gasta más dinero por día que el mochilero que come fideos instantáneos. Sin embargo, la pregunta es, ¿a dónde va el dinero que gasta?

Segín afirma The Guardian, "un gran número de alojamientos de lujo en Nueva Zelanda son de propiedad extranjera, por lo que el dinero no aporta mucho valor real al país". Como contraparte, el mochilero suele frecuentar tiendas más pequeñas, en lugares más dispersos, durante un período de tiempo mucho más largo, tiene un intercambio cultural que puede ser enriquecedor para ambas partes y contamina muchísimo menos que el millonario. Es difícil de medir y faltan datos que lo corroboren, pero esas diferencias son evidentes.

Un costo difícil de medir y de compensar: el ambiental

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Aunque en los balances generales los números que deja el turismo dedicado a los millonarios son más altos, lo cierto es que hay unos costes que de omento, no están cuentificados: los ambientales.

Sin duda, de aquí surgen problemas realmente importantes, como se identifica en el informe del Comisario de Medio Ambiente Pristine Popular, Imperilled? que detallaba el impacto ambiental que el turismo estaba teniendo en los paisajes más emblemáticos de Nueva Zelanda, como como el Monte Cook, el Cruce de Tongariro y el Monte Roy en los Alpes del Sur.

Medir el coste medioambiental de un vuelo privado y de enormes yates en el que veranean unas pocas personas (por ejemplo), versus lo que supone el uso de la infraestructura pública por parte de un turista, puede que no compense a largo plazo, especialmente si se tiene en cuenta que esos beneficios son privados, van a parar a muy pocas manos y generalmente en cuentas que están fuera del país.

En una de sus publicaciones el profesor Higham, afirma que "el transporte es claramente la fuente más importante de emisiones", por lo cual debería ser prioritario favorecer medios menos contaminantes, como el transporte público o la bicicleta", recomendación claramente incompatible con el turismo de lujo.

Tal vez el camino a seguir pase por equilibrar los dos tipos de turismo, manteniendo el foco en el llamado turismo regenerativo, porque ambos presentan beneficios e inconvenientes. Por un lado, los turistas ricos suelen atraer a otros similares, cuestión que, independientemente de a donde van a parar los beneficios netros, estimula el empleo en esta industria.

Y aunque el turismo más asequible suele tener menos impacto ambiental, la gran afluencia puede sobrecargar infraestructuras básicas y servicios.

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