En las cafeterías se han fraguado corrientes literarias, movimientos políticos, conversaciones de alcurnia, intercambio más fluidos de ideas (más incluso que en la propia universidad… aunque ello no sea precisamente la razón de que las cafeterías de las actuales universidades estén más llenas que las aulas). Por eso me sentí transportado a sitio muy especial cuando visité Cabaret Voltaire, la que probablemente es la cafetería más importante de Suiza.
Y es que, entre otras cosas, esta entrañable cafetería de Zúrich, fue el epicentro del dadaísmo, uno de los movimientos culturales más excéntricos de la historia. Todo empezó en 1916, cuando un grupo de poetas brillantes y esquinados coincidió en el número 1 de la Spiegelgasse de Zúrich, lugar donde está radicado el Cabaret Voltaire. Con todo, el poeta más excéntrico de todos los allí reunidos fue Tristan Tzara, un rumano que había llegado a Zúrich en 1915.
Así explica el historiador Gregorio Ugidos en su libro Chiripas de la historia la llegada de Tzara al Club Voltaire:
Aunque fue con el pretexto de estudiar filosofía, en realidad quería salir de su país para dar rienda suelta a su deseo de sedición. El asco alimentó ese deseo que, una vez liberado en el espacio catártico de Cabaret Voltaire, provocó una explosión de ironía y nihilismo que contagió a Occidente. Sus veladas artísticas, aunque claramente inspiradas en el teatro de variedades futurista, se diferenciaban de aquellos actos revulsivos por su abulia política. La explosión de irreverencia, caos, sinsentido y negación que tenía lugar cada noche en aquella jaula de locos era una celebración de la vida.Los que frecuentaban el creativo Cabaret Voltaire odiaban el nacionalismo, el progreso y la razón, factores que, según ellos, habían provocado la guerra. Estaban en contra de las leyes, la moral. Según el manifiesto dadaísta, cada persona solo debía “bailar al compás de su propio y personal bumbum”. Cabaret Voltaire se había convertido años antes en el equivalente de lo que más tarde sería, por ejemplo, el Vesuvius, en San Francisco, el bar donde se fraguó la beat generation.
Así de ambivalente puede ser Zurich, cuna de bancos y de barrios medievales trufados de historia. Zúrich ha permitido que naciera la locura artística. La sinrazón quijotesca.
En Cabaret Voltaire, los artistas se reunían para leer poesía y hablar de tonterías, para gritar, para aullar, para bailar sin ritmo, al azar, generando una completa y absoluta cacofonía. Hasta que un día, el organizador del Cabaret Voltaire, Hugo Ball, anunció que iba a publicar una pequeña revista titulada Dadá. Tristan Tzara, quedó tan enamorado de la palabra que empezó a escribir poesía sin sentido en su nombre. Había nacido el dadaísmo. En su primer manifiesto dadaísta, Tristan Tzara escribió:
Dadá es nuestra intensidad, que rige las bayonetas sin consecuencia… Dadá es arte sin zapatillas ni paralelos… en nuestra sabiduría sabemos que nuestras cabezas se convertirán en blandos cojines… sigue siendo una mierda pero ahora queremos cagar en muchos colores, adornar el zoológico del arte con todas las banderas de los consulados que do bong hibo aho hibo aho.
Ahora podéis visitar esta mítica cafetería-museo para contemplar exposiciones, eventos, así como una pequeña biblioteca de préstamo de temática específica para los entusiastas del dadaísmo. Y si aún os habéis quedado con ganas de más, nada como pasar la noche en el Hotel Limmatblick, donde las habitaciones están decoradas al estilo dadaista.
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