La palabra turismofobia lleva ya un tiempo con nosotros, pero este último año, coincidiendo con la recuperación total del sector turístico tras la pandemia, parece que el rechazo al turismo de masas va en aumento.
La última muestra de este fenómeno la encontramos en Niza, donde un artista ha instalado en varios de sus puntos más transitados unos enormes cepos que, en lugar de cazar ratones, pretenden “acabar” con los visitantes.
Vaya por delante que estoy totalmente a favor de que los artistas se expresen siempre de forma libre. Sin embargo, al ver su obra no puedo evitar pensar que quizá estamos odiando un poquito demasiado al turista, al fin y al cabo nadie se libra de hacer el guiri alguna vez, o lo que es lo mismo, ¿turistas no somos todos?
Tratar al turismo como una plaga
En su publicación de Instagram, TOOLATE, que es el nombre artístico del autor de estas trampas gigantes, ha dejado escritas las siguientes instrucciones:
Abajo el modo de empleo para la "Trampa Turística" la trampa ideal que le permite reducir el turismo de masas:
1 / Colocar la trampa en un área infestada por los turistas (en el paseo marítimo, por ejemplo)
2/ Fijar un cebo en la parte derecha de la trampa: cucuruchos de helado, gofres de azúcar, tortitas de Nutella, productos locales...
3/ Esperar a que la plaga quede atrapada
4/ ¡Disfrutar de una ciudad limpia, sin contaminación y sin residuos!
Buenas vacaciones
Obviamente, las trampas son inofensivas, y utilizar el humor nunca está de más al denunciar una situación, pero la metáfora no es casual. Si buscamos en Google la combinación de “turismo de masas + plaga” nos devuelve más de 4 millones de resultados.
Así se considera en muchos lugares a los viajeros, como una aparición masiva y repentina de seres vivos de la misma especie que causan graves daños a la población.
La excusa es que con este término nos referimos a la masificación, no a las personas. Pero la masa está compuesta de individuos, que en la gran mayoría de los casos solo quieren pasar unos días tranquilos de vacaciones. Además, son perfectamente intercambiables, porque los habitantes de Niza también viajan a otros países, y pueden transformarse, a su vez, en un foco de calamidades.
Aunque tampoco da la impresión de que a los turistas les afecte mucho que les comparen con ratas. La primera reacción de algunos ha sido hacerse un selfie al lado del cepo, como si quisieran confirmar su propia caricatura.
Depender del turista, pero no soportarlo más
También es justo decir que esta aversión a los visitantes no es una simple manía. A más gente (turistas o no) más probabilidades de que aumenten los comportamientos incívicos, la suciedad, las colas, el ruido… Y no son los únicos problemas asociados a la turistificación. Hay otro mucho más grave: el incremento de los precios de las viviendas a niveles prohibitivos.
Lo estamos viendo en varios puntos de España, como en Ibiza, donde ya hay residentes que tienen que vivir en tiendas de campaña, chabolas o caravanas, o en Cádiz, que ha perdido 40.000 habitantes en los últimos 40 años.
Pero, por otra parte, no podemos olvidar que en 2022, solo el turismo internacional, realizó un gasto de 87.061 millones de euros. Y el de los residentes, en el primer trimestre de 2023, supera los 9.311 millones de euros. ¿Podemos permitirnos el lujo de renunciar a estos ingresos? La pregunta se responde sola.
En Niza la situación no es muy diferente, reciben unos 5 millones de visitantes al año, y en 2022 el gasto medio diario por persona fue de 65 € para los turistas franceses y 100 € para los extranjeros.
Sería fácil llegar a la conclusión de que el conflicto no está en el turismo, sino en el exceso. No obstante, ¿cómo podemos regular la cantidad justa de viajeros sin pasarnos? ¿Es posible aplicar restricciones efectivas o tasas sin cargarse el negocio? ¿Si solo van a poder viajar unos pocos, volverá a ser un privilegio?
Mientras resolvemos estas dudas, si es que llegamos a hacerlo algún día, tendremos que irnos acostumbrando a encontrar en cada destino, además de la hospitalidad habitual, una pequeña dosis de hostilidad. La misma que podemos decidir desprender nosotros (o no) cuando sean otros los que ocupen nuestro pueblo o ciudad.
Como dice el refrán, "arrieros somos, y en el camino nos encontraremos", así que un poco más de empatía y algo menos de deshumanización, tal vez tampoco nos viene mal. No soluciona el problema, pero tampoco lo empeora, eso seguro.
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