Shaki es una ciudad en la ladera del Cáucaso. Una agradable parada en el camino que va de Tiblisi a Bakú Encuentro un hotel confortable y ceno en la populosa plaza. Al despertar salgo a correr por las empinadas cuestas de Shaki hasta salir del pueblo y encontrar una pedregosa rambla con las imponentes montañas del Cáucaso al fondo. Hoy está muy gris y nuboso el día e imagino que lloverá. Y lo hace. Como si Dios quisiera castigarnos de nuevo por nuestros pecados. Además, me ha dado por intentar un camino alternativo, que en el mapa de google parecía más recto. Debería haber aprendido ya que los mapas son representaciones ideales que en Asia pocas veces se corresponden con la realidad. Y la realidad aquí es que de esas moles montañosas caucásicas descienden torrentes que resultan casi imposibles de cruzar. Así que tras arduas dificultades, consigo acceder a la carretera principal.
A pesar del diluvio, soy capaz de apreciar la frondosidad de los bosques que me rodean. Esta zona es de vegetación continental espesa. Es una maravilla. O lo sería si la lluvia no me calase hasta los huesos. No hay material que resista la inmersión salvo los trajes de neopreno. El mono amarillo de BMW al final acaba cediendo cuando recorre cientos de kilómetros bajo una cortina de agua. Lo mismo las botas. Lo mismo los guantes. Y hace frío. Y viento. Y mucho tráfico. Y estoy harto pero tengo que seguir. Los de aduanas me han dado 72 horas para registrar la moto o salir del país.
Más o menos a mitad de camino de Bakú, se asciende unas lomas y empieza un pronunciado descenso. Es el desierto. Me acompañará hasta la capital más surrealista de Asia Menor, donde el lujo se alterna con la miseria. El barrio donde me alojo es completamente decrépito, alejado de la zona noble de los boulevares y el paseo marítimo, pero es lo más barato y la habitación está bien y los empleados son simpáticos y amables.
Voy al puerto a comprar billete para el barco que ha de llevarme a Kazakhstan. El ferry zarpará mañana. El procedimiento no es especialmente complicado. 200 dólares y pronto embarco.
Por la noche compraré cerveza a la cocinera y conseguiré que me lave la ropa por cinco manats. También que me de comer de lo que sirve a la tripulación. Es una buena mujer pero al irme a acostarme observo como coge la basura metida en una bolsa de plástico y la arroja por la borda. Me sobrecoge contemplar ese ritual que repetirá varias veces al día y que sin duda es práctica común en los barcos que atraviesan el Caspio, ese montón de agua salada, 28 metros por nivel del mar, que no se sabe si es lago o mar interior, pero que se está llenando de mierda por culpas de prácticas que esta buena mujer realiza sin pensar siquiera que está mal. Si tan solo arrojara la basura orgánica tal cual, pero metida en plástico es como arrojar bombas contra su futuro y el de sus hijos y nietos.
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