Se tomaron un año sabático y recorrieron media Asia durante ocho meses. Tras unos meses para intentar procesar en sus cerebros que el viaje había terminado y que el billetero necesitaba gasolina, nos escriben y nos cuentan qué pasa por la piel de alguien que, sin prisas ni ataduras, se ha pegado una buena vuelta por el mundo y finalmente regresa a casa sin Penélopes zurziendo el colchón donde descansar de sus periplos:
Nos encontramos en un estado de trance durante unos cuantos días. Un trance que poco tiene que ver con el famoso jet lag, más propio de yupies que de viajeros. Este trance es más bien como si de pronto te trasladaran a tu pasado en un avión y allí te dejaran. Tu regresas de otros lugares con unos ritmos de vida distintos y a los que te has llegado a acomodar, con unas necesidades casi inexistentes (tratándose de una supervivencia del día a día, no me malinterpreteis) y con una realidad de tu vida consistente en observar, vivir y observar. De pronto dejas de observar y vuelves a un mundo que es el tuyo, una realidad que dejaste atrás y que descubres con sorpresa que no ha cambiado en absoluto. Es como si hubieras estado ocho meses metido en un túnel del tiempo.
Aunque el choque ha sido tremendo, no ha sido letal: ya tienen trabajo y las llaves de un piso. Incluso ya tienen en su mente un nuevo destino para seguir viviendo al día a día con el maravilloso cometido de vivir y observar: África.
¡Bienvenidos a casa Luca y Andrea! Por si ayuda a hacer la vuelta un poco más amena, os dejamos con unos consejos para volver al mundo occidental tras un viaje tan largo como el vuestro!
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