Una de las muchas islas de las que se compone Estocolmo es Djurgärden, una preciosa reserva natural en plena ciudad en la que apenas viven 800 personas y que acoge también a lobos, renos y osos pardos. Es todo un lujo cuando, en medio de una ciudad enorme, puedes ir a un espacio natural de este tipo y sentirte fuera del bullicio. Londres lo sabe, Madrid también, y gracias a Djurgärden lo sabe Estocolmo.
La isla se sitúa a dos kilómetros al este de Gamla Stan – el casco antiguo de la ciudad – y podemos llegar a ella fácilmente por tierra. Allí, además de una gran zona verde por la que pasear relajadamente encontraremos numerosos museos.
Una isla llena de museos
Si venimos desde el centro por Strandvägen y cruzamos el puente, lo primero que nos encontraremos en esta esquina occidental de la isla es el Museo Nórdico. Fundado a principios del siglo XX por el folklorista Artur Hazelius en un bonito palacio neorrenacentista y que recoge la historia del pueblo sueco desde la Edad Media hasta nuestros días.
Fue también tarea de Artur Hazelius promover la creación de Skansen, un museo-espacio lúdico al aire libre construido en 1891 que recrea un pueblecito del siglo XIX y que incluye edificios representativos de la arquitectura sueca traídos de otras partes del país, así como una reserva de osos y lobos.
Pero estos no son los únicos museos que encontramos en Djurgärden. Aquí también podremos ver tres barcos museo: el navío Vasa, probablemente uno de los puntos más visitados de la ciudad, el rompehielos Sankt Erik y el barco faro Finngrundet. Completan la oferta museística el Museo de Biología y las galerías de arte Thielska, Waldermarsudde y Liljevanchs Konsthall.
No podemos olvidar tampoco tres grandes mansiones que se pueden visitar y que pertenecieron al rey Carlos XIV, al banquero Ernest Thiel y al aristócrata Bernardotte. Albergan las colecciones de arte y mobiliario que en su día recopilaron sus dueños.
El paraje que resistió a la construcción
Resulta sorprendente que una isla tan céntrica de Estocolmo haya conseguido llegar hasta nuestros días sin llenarse de edificios y conservándose como un entorno natural. Esto se debe a que la realeza sueca la quiso así para su disfrute, siendo primeramente un coto de caza. Más tarde, la reina Cristina trasladó allí numerosas fiestas reales con música y fuegos artificiales en medio de la naturaleza, y finalmente fue Gustavo III quien convirtió la zona en pública en el siglo XVIII.
A pesar de que actualmente está protegida de la construcción inmobiliaria, existen varias edificaciones en la isla, como las grandes casas y museos de las que hemos hablado antes. Pero además de eso, hay un antiguo barrio obrero de casas de dos pisos, Djurgärdsstaden, en el que viven aproximadamente 200 vecinos. El origen de este barrio se remonta al siglo XVIII y actualmente ha perdido su carácter proletario convirtiéndose en una de las zonas más cotizadas de la ciudad por ser un enclave de ensueño.
Fotos | when_night_falls
En Diario del Viajero | Un fin de semana en Estocolmo contado en dos minutos