Y también hice muchas otras cosas, aún más adrenalínicas, que os contaré a continuación, y que ponen de manifiesto que en este departamento del Midi Pyrenees no sólo hay lugar para peregrinar hasta Lourdes y encender una vela, sino también para muchas otras actividades.
Trotinette
Amanecimos pronto en el Hotel Mercure Sensoria, y nos dirigimos hacia el valle de Louron, un lugar al que, nada más llegar, dices “espera… click derecho… guardar como… en la carpeta JPG de paisajes bonitos… aceptar”. Concretamente, ascendimos hasta 2 mil y pico de metros para lanzarnos, desde allí, hasta el valle en un artefacto llamado trotinette que, a grandes rasgos, en un patín de montaña (ergo, una resistente bicicleta de 25 kg de peso dotada de ruedas de motocross y carente de sillín).
En Hotel Mercure habíamos desayunado fuerte, así que energía no nos faltaba. Si acaso, al menos al que suscribe, le faltaba un poco de valor. Sobre todo porque mis experiencias en bicicleta de montaña no habían sido, dicho eufemísticamente, demasiado halagüeñas. Pero oye, nada que ver. El viaje de descenso fue mucho menos difícil de lo que hubiera imaginado. Los frenos iban de maravilla. Y la libertad de recorrer caminos de tierra, algunos enfangados, cruzar ríos salpicando por doquier, subir y bajar, girar, torcer y frenar, en fin, fue una experiencia imborrable. La única manera de contemplar paisajes que de otro modo quedarían vedados a la vista.
Al llegar hasta el valle, eso sí, teníamos la ropa dibujada con un rosario de salpicaduras de barro. A Pollock le hubiera encantado. Pero eso no era más que el calentamiento. Lo verdaderamente excitante venía ahora. ¡Tocaba volar!
Parapente
Me dijeron, tal vez para tranquilizarme, que incluso había niños que se lanzaban solos en parapentes. Pero eso no me tranquilizó. También Mozart tocaba siendo niño. Y Flaubert empezó a escribir a los seis años. Y Marisol cantaba aquello de “corre, corre, caballito” siendo una niña. Pero yo no era ni Mozart, ni Flaubert, ni Marisol, sino un adulto tan cagado de miedo como un niño normal. O peor.
Sin embargo, el vuelo se realiza con un monitor y experto en parapente, y tú no tienes que hacer absolutamente nada. Sólo correr un poco por la ladera, directo al principio, y si los aires son benévolos, de repente te elevarás gracilmente. Bombardeé al instructor con toda clase de preguntas. Que si hacía mucho tiempo que hacía esto. Que si creía que el día era el propicio para volar. Que evaluara el tipo de aire de aquel día en una escala de 0 a 10, siendo 10 la excelente (y siendo también la única que yo aceptaría para saltar desde aquella altura de 1.800 metros). No sé si me engañó o no, la cuestión es que aquel descenso fue perfecto. Una experiencia que nunca olvidaré.
Quise imprimir a mis andares el aire retador de Clint Eastwood, su mirada entre desdeñosa y escrutadora. Pero no fue así. Tras dar los primeros pasos hacia el abismo, fue tal la trepidación que experimenté que apenas recuerdo nada: una elipsis me llevó de estar en posición bípeda sobre el suelo a estar cruzando los cielos. De hecho, no hubiera sido extraño que al aterrizar alguien señalara que mi pelo se había vuelto blanco, como aquellos personajes de Lovecraft que envejecían de repente al presenciar un fenómeno espeluznante.
Para consignar que, sin embargo, todo había sido real, el viaje fue registrado por una cámara go pro que el propio instructor transportaba en la punta de un bastón, que permitía una visión panorámica del paisaje y de mi careto de “sí, muy guay todo, pero espero que no haya turbulencias o empezaré a gritar como señorita de película de terror de los años 60”. Para conservar un poco mi reputación, me abstengo de enseñaros mi cara segundos antes de emprender el vuelo (era una mezcla de ojos abiertos, boca congelada y expresión de Parca a la vista), pero sí os paso el vídeo de un fragmento del vuelo en el que mantengo el tipo. En plan valiente.
Toda aquella aventura área tuvo lugar por gentileza de EPVL: Ecole Parapente Val Louron, que en todo momento velaron por nuestra seguridad y hasta por nuestra diversión, pues a los que quedaban abajo esperando la llegada de los que aún volaban les cedían prismáticos, a fin de captar alguna cara de espanto.
Mucha gente me pregunta si volveré a repetirlo. Tal vez, nunca se sabe. Aunque, de momento, y a pesar de que no me arrepiento en absoluto de haber tenido la experiencia, creo que me acogeré a lo que en la industria musical se denomina “one hit wonder”, esto es, aquellos artistas que consiguieron inmortalizar un único éxito en las listas para diluirse en el olvido. Pues eso.
Relax en Balnéa
Después recorrimos las grandes estancias del balneario en sí, como el espacio Romano, donde había una laguna de agua termal, el espacio Amerindio, donde se puede nadar a contracorriente, burbujear sobre géiseres, dormitar en un jacuzzi e incluso introducirte en una suerte de cámara ovoide en la que, al sumergir la cabeza, en tus oídos suena música relajante. Una mezcla de claustro materno y concierto chill-out.
Además de éstas y mucha otras atracciones, Balnéa cuenta con una gigantesca zona de habitáculos para masajes. En la que tuvieron la gentileza de aplicarme un sensual masaje de aceite caliente con el que, lo confieso, casi se me cae un poco la baba.
La iglesia pintada (con diablo)
Lourdes
Es por ello que, cada noche, todo los días del año, a partir de las 21:30, aquí puede asistirse a una sobrecogedora procesión en los que necesitados o simples creyentes caminan ordenadamente hasta el templo, portando con ellos pequeñas velas protegidas del viento por una suerte de cucurucho de papel en el que aparece estampada la Virgen. Un día laborable como aquel, un lunes de julio, allí había aproximadamente 9.000 personas.
Por cierto, sí, al final tomé una muestra de aquella agua en un recipiente que nos habían obsequiado para tal efecto. Soy perfectamente consciente de que aquella agua era agua normal, y que así lo certificaría un microscopio electrónico, una microsonda electrónica, un espectrómetro de masas, un difractor de rayos X o cualquier otra herramienta de análisis que se os pase por la cabeza. Pero no importaba. Los fetiches son especiales sencillamente por la ligazón emocional que nos une a él, ¿no?
Pero en Lourdes también se pueden hacer otras cosas, digamos, seglares.
Ascendiendo Lourdes
Dejando a un lado el despiporre ornamental, lo cierto es que el Rex es uno de los hoteles más lujosos en los que he estado nunca. El tamaño de la habitación es más grande que muchos pisos. Los armarios para la ropa ofrecen espacio para un escuadrón de soldados. La cama es King Size. Y el baño es todo acristalado para seguir viendo la tele panorámica mientras haces aguas menores o mayores, te pegas un baño de espuma o incluso te duchas.
Museo de los Húsares
Además, en la planta superior del museo se puede disfrutar de una colección pictórica de procedencia holandesa, italiana y francesa del siglo XVI hasta el siglo XIX.
Y de vuelta a casa
Fotos | Sergio Parra