Vistar el castillo de Edimburgo es toda una tradición, ya sea para ver uno de los cañones más grandes del mundo, las espectaculares vistas de la ciudad o visitar el cementerio de mascotas en una pequeña terraza ajardinada, construido en el siglo XIX para que los soldados pudieran enterrar a sus perros. Pero lo más sorprendente son las prisiones que alberga el castillo, y las extrañas historias que allí se cuentan, de las que podemos tirar del hilo a medida que nos topamos con los objetos exhibidos en viriles y mostradores.
Huesos para fabricar dinero
Los guardias de las prisiones del castillo de Edimburgo no deberían ser demasiado inteligentes, porque les colaban dinero falsificado... confeccionado con los huesos de la comida. Lo que hacían los prisioneros eran guardar los huesos de sus comidas y, con ellos, elaboraban troqueles de estampación con los que hacer impresiones que más tarde rellenaban con los datos a pluma y tinta.
Con este dinero de mentira sobornaban a los guardianes o compraban comida y ropa si lograban escapar. Y, para demostrarnos cuán meticulosos eran a veces en la falsificación de estas monedas y billetes, en la propia prisión podemos observar algunos ejemplos que aún se conservan.
Vida en prisión
En junio de 1781, en los sótanos del castillo de Edimburgo se hacinaban unos mil prisioneros de guerra que habían sido capturados en alta mar durante la Guerra de la Independencia norteamericana. Los visitantes de estas prisiones no solo pueden descubrir las estancias originales, sino que están ambientadas con sonidos y luces para permitirnos viajar a esa época.
Por ejemplo, uno de los objetos más llamativos son las tres puertas de madera que se exhiben, que son auténticas de esta prisión y contienen inscripciones labradas en la superficie que nos permiten conocer los pensamientos de varios de sus prisioneros.
Las condiciones de vida eran muy particulares, porque la mayoría dormían en literas, en grandes espacios, como si fuera una especie de ciudad oscura. Allí se regulaba por ley la ración diaria de comida, que era de dos pintas (110 cl) de cerveza, una libra y media (680 g) de pan, tres cuartos de libra (340 g) de ternera, media pinta (28 cl) de guisantes cada dos días, un cuarto del ibra (110 g) de mantequilla y seis onzas (170 g) de queso en vez de ternera los sábados.
Todos los prisioneros recibían ropa y una paga de seis peniques diarios. Y los prisioneros dormían en catres o hamacas de madera que aún se conservan, aunque fueron construidos en la década de 1750. Cada uno tenía su propio colchón de paja una manta. Además, muchos prisioneros eran artesanos muy talentosos, y usando los pocos materiales de que disponían llegaron a confeccionar algunas obras de arte que hoy se exhiben. Con los huesos de la comida, la paja de los colchones y otros materiaes, por ejemplo, podemos contemplar una impresionante maqueta de barco, sombreros, juegos, joyeros y toda clase de cosas.
Pero la maqueta del buque Saint George es la que más luce en la exposición. Tiene un tamaño considerable y fue elaborada por prisioneros franceses en 1760. Su meticulosidad resulta asombrosa si tenemos en cuenta que eran prisioneros. Lo que también nos ofrece pistas a propósito del estilo de vida en el castillo de Edimburgo, y de Edimburgo en general.
Imágenes | Sergio Parra | Wikipedia