El caramelo de mantequilla salada está de moda. Este verano lo hemos visto en el frappuccino de Starbucks, entre los nuevos sabores de la heladería y como crema untable para rellenar bollería o delicados macarons.
Este producto que nos parece tan original, en realidad es una golosina muy típica de la Bretaña francesa. Aunque no fue hasta finales de los años 70 que el pastelero Henri Le Roux lo hizo muy popular en Francia con una nueva receta que incluía avellanas.
Por supuesto, la sal es lo que le da su sabor tan especial a la mantequilla bretona con la que está hecho este caramelo. Una sal que procede de la encantadora ciudad medieval de Guérande, en la región de Países del Loira.
Tanto si eres fan del sabor de este dulce (salado), como si no, vale la pena visitarla. Su casco histórico, rodeado de murallas y el mosaico de marismas que se extiende hasta el infinito, forman un conjunto de una belleza inolvidable.
La magia de las salinas de Guérande
La sal de Guérande se obtiene a partir de un proceso natural, gracias a los estanques que se forman en la laguna. Bajo los efectos del calor y el aire, el agua del mar se evapora más fácilmente, y la sal que contiene se concentra hasta que cristaliza y se puede recoger.
Las salinas actuales datan del siglo X, pero se sabe que los romanos ya habían aprovechado este fenómeno. Y entonces, igual que ahora, la recolecta se hacía a mano, durante los meses de verano.
Una tradición que siguen los paludiers (salineros), que se encargan de cuidar el entorno de forma meticulosa todo el año. Al contrario de lo que pueda parecer, paludiers no viene de palo, sino que su raíz procede de palus en latín, que significa pantano.
Dicen por allí que los salineros son como magos que, con la complicidad del sol y el viento, transforman el agua del mar en oro blanco. Y hay mucho de magia también en el paisaje que forman las salinas, como una especie de espejo gigante por el que se puede pasear en calma, sintiendo la brisa y el aroma de la sal.
Una ciudad para disfrutar con los cinco sentidos
El pasado medieval de Guérande se palpa en cada una de sus calles. En sus edificios más sencillos, como las casitas de piedra con tejados de pizarra, y en los más espectaculares, como la colegiata Saint-Aubin, de estilo gótico tardío, reconstruida en el siglo XV sobre una nave romana.
Las murallas de la ciudad están entre las mejor conservadas de Francia. Y cuando te aproximas a la puerta Saint-Michel, la entrada que da al barrio que lleva su nombre, sientes eso tan tópico, pero tan real, de que estás viajando en el tiempo.
Mientras, es muy probable que te envuelvan los aromas de alguna creperie bretonne donde podrás degustar una rica galette acompañada de una sidra o la tradicional crepe de caramelo casero con mantequilla salada y sal de Guérande.
Después, si continúas caminando te encontrarás con multitud de tiendas de artistas y artesanos, restaurantes, vinotecas y por supuesto negocios donde adquirir un recuerdo salado en forma de tartas, caramelos, bombones, galletas o pastas.
Más que un lugar para visitar, Guérande es una ciudad para disfrutar, con todos los sentidos. La única pega llega en el momento de marcharse. Se está tan bien… que se hace muy difícil.
Foto | Facebook Ville de Guérande