Los efectos de la masificación turística son imprevisibles. A nadie le sorprende que en Barcelona monumentos como el Park Güell estén al borde del colapso, pero quizá cueste más asimilar que cualquier punto de la ciudad puede convertirse en un imán para las aglomeraciones.
Es lo que ha pasado en la cima del Turó de la Rovira, también mal llamada los Búnkers del Carmel. Una zona que ofrece las vistas más espectaculares de la Ciudad Condal y protagoniza vídeos de TikTok con millones de reproducciones y miles de likes.
Si en el Parque Güell los problemas se dan de día, aquí los líos se forman en la tarde-noche. Casualidad, o no, ambos puntos están muy cerca, a unos 20 minutos andando. Su historia viene de lejos.
De espacio marginal a mirador de moda
Los restos que se encuentran en el Turó de la Rovira no son de búnkeres. Pertenecen a una batería antiaérea, que se utilizó en la guerra civil española.
Al acabar, las estructuras de la batería se fueron ocupando poco a poco con la construcción de barracas, hasta formar el barrio chabolista de Los Cañones. En 1990 Barcelona se preparaba para los juegos olímpicos, y sus habitantes fueron desalojados y reubicados en unos bloques cercanos.
Tal como cuentan en Barcelona Secreta, su renacimiento en forma de atracción turística no llegó hasta 20 años después, momento en el que el ayuntamiento arregló el espacio y acondicionó las vías de acceso. El proyecto museístico se inauguró en 2014 de forma definitiva y coincidió con un aumento del número de visitantes a la ciudad. Aumento que, exceptuando el parón de la pandemia, no parece tener fin.
¿El resultado? Un mirador con unas panorámicas de 360º maravillosas, que se ha convertido en el punto de moda para hacer fotos, grabaciones, botellones y hasta fiestas con DJ.
Paraíso para los turistas, infierno para los vecinos
Los vídeos son claros, el Turó de la Rovira se ha convertido en una auténtica discoteca al aire libre.
Pero el ruido y la basura que genera no son las únicas molestias que sufren en el barrio, que tienen que soportar que las calles se colapsen con los taxis y VTCs. Además, los autobuses van siempre abarrotados, y han dejado de ser una opción de transporte para los residentes. No olvidemos que estamos hablando de un área llena de cuestas importantes, en la que viven muchos ancianos.
Buscando una solución, el Ayuntamiento de Barcelona dobló el dispositivo policial de la Guardia Urbana los fines de semana, ampliando el horario para impedir la entrada a los coches por la noche, pero los vecinos denuncian que no ha servido de mucho porque se sigue accediendo a pie.
Justo hace dos días tuvieron que desalojar a un millar de personas, por seguridad, que acabaron repartidas por los parques de la zona, dejando un reguero de suciedad y botellas rotas.
La situación es insostenible y el ayuntamiento ya ha anunciado sanciones. También está construyendo una verja que en teoría impedirá el ingreso nocturno a partir de mayo, pero los vecinos continúan reclamando que se desaloje cada noche el mirador. Algo que ya se hace en otros puntos de la ciudad, como las plazas del barrio de Gràcia.
Viajar en la era de la masificación
Viendo el vídeo de TikTok, en el que se muestra un idílico pícnic romántico al atardecer (si obviamos el all i oli del súper), no puedo evitar recordar cuando era muy joven, y tenía que cenar en el suelo del Pont des Arts en París, porque los precios de los restaurantes me resultaban prohibitivos. ¿Pasará algo parecido en Barcelona?
No es excusa, claro; sin embargo, confieso que en aquel momento no tuve ninguna conciencia de que pudiera estar incordiando a alguien, solo del buen ambiente que había allí, entre guitarras, botellas de vino y tablas de queso en platos de plástico.
No teníamos viviendas cerca y la cena acababa pronto, así que imagino que no causábamos tanto problema. Aunque no creo que nos comportáramos mejor porque tuviéramos una educación exquisita, sino simplemente porque éramos menos.
Lo que pasa en el Turó es un claro ejemplo de lo que decía Gustave Le Bon sobre la masa, que es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Es un fenómeno fácil de observar: cuanto más grande es un grupo de gente, con más rapidez se contagian las emociones y los comportamientos, sobre todo los incívicos.
Pero cada vez somos más los que viajamos y lo hacemos con más frecuencia. Esto contribuye a mejorar la economía del país; pero, nos guste o no, conlleva otras consecuencias no deseadas, como no poder pagar el alquiler de la ciudad donde vivimos o que, si todavía no han aumentado demasiado los precios, no nos dejen dormir por las noches.
Son muchas las señales que nos indican que el turismo de masas expulsa a la gente de las ciudades. ¿Acabarán convertidas en parques temáticos? El tiempo nos lo dirá. Mientras, los vecinos del Turó de la Rovira esperan una solución.
Portada | Manuel Torres Garcia - Unsplash