El barco navega tranquilo a medianoche, aunque no siempre es así. Pero después de unas malas experiencias en algún ferry, esto se sobrelleva bastante bien. Los que no están tranquilos son los pasajeros, excepto los que duermen. Pero es lo normal, hay que amortizar los paquetes de bebidas y algunos bien que lo hacen.
En las cubiertas exteriores hace fresco y los bares ya han cerrado, por eso estoy prácticamente sola. Ahora escribo en diferido, pues en el barco el servicio de Wi-fi no es gratuito y tampoco precisamente barato.
Pero la fiesta sigue en las cubiertas inferiores, en bares y discotecas. La gente que lo disfruta a tope muestra las secuelas al día siguiente. Porque estamos en algo más que un hotel.
Un hotel móvil que nos lleva con horarios muy definidos a desembarcar en distintos puertos, y que no podemos perdernos. Los horarios. Ésa es otra cuestión. Ahora camino libre, pero a lo largo del día hay que ceñirse a horarios: para el desayuno, para el desembarque, para las visitas, para el embarque, para tu turno de cena, para el espectáculo (si es que llegas con fuerzas)...
Qué estrés. Además, no vuelvo a comprar un viaje a ultimísima hora. Todo fueron problemas para subir en el barco, y lo que parecía una buena oferta al final no lo fue tanto. Hasta que no pasaron unas cuantas horas de travesía el primer día, no logré saborear algo de tranquilidad.
Aunque fue engañosa, pues enseguida te das cuenta de que lo de ir a tu aire, en un crucero no funciona. Al menos en este tipo de viaje, un mini-crucero de apenas cuatro días que atraca cada día en un puerto diferente por un tiempo bastante limitado.
Si viajas con niños, hay que acoplar dichos horarios a sus ritmos, rompiéndolos en ocasiones. Pero al final del día descansan a gusto, no parece importarles el ruido de los motores ni el ligero balanceo del barco.
Ligero, hoy. Pero la noche anterior tenía que hacer esfuerzos para imaginar que el movimiento y los ruidos de motores y del aire acondicionado me transportaban al seno materno en un estado de relax supremo. Aunque no hubo forma. La posición fetal era la peor, porque al tener menos superficie del cuerpo sobre la cama, el movimiento era mayor. Así que a dormir boca arriba.
Nos estamos perdiendo mucha oferta de ocio del barco. Bien porque es carísima (el spa, cómo me gustaría…) o bien porque no se puede o no conviene hacer con niños. A cambio, disfrutamos (disfrutan) del Club infantil.
El barco, las visitas y el personal
El balance del crucero, a la mitad del mismo, es confuso, relativo, indefinido. La visita a Marsella me ha gustado pero me he quedado con ganas de más y sobre todo con la sensación de que, incluso en tierra firme, ha ido todo a velocidad… de crucero, nunca mejor dicho. Y no logro relajarme excepto en momentos puntuales. Estar pendientes de dos niñas pequeñas no ayuda, lo sé.
No tengo quejas respecto al barco o al personal, en general son muy amables y salvo el incidente a la hora del embarque inicial todo ha ido más o menos sobre ruedas. No a todo el mundo le ha sucedido lo mismo, y la Recepción está continuamente repleta de pasajeros reclamando o protestando.
El barco, el Grand Celebration de Iberocruceros, está recientemente reformado y se nota, parece nuevo y con una decoración bastante elegante pero sobria y moderna.
El camarote es más pequeño de lo que imaginaba, un cambio a última hora en la central de reservas (después de haberse cobrado, eso sí) nos hizo pasar de un cuádruple a un triple. Pero nos apañamos bien.
Todo me parece carísimo, las fotos, las bebidas, las excursiones, los servicios de belleza y spa, un cepillo de dientes, el wi-fi… Percepción de novata, imagino. Echo de menos la tienda junto al hotel para las pequeñas compras.
Éstas son las reflexiones de una crucerista a medianoche acerca de su primer viaje en crucero. Las primeras reflexiones fruto del desvelo. Volveré para contaros todo lo relativo a este viaje cuando finalice… ya en tierra firme.
Fotos | Rennett Stowe y odetothebigsea en Flickr-CC
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