No pretendo organizar en mi cabeza el cuento de la lechera, pero si todo va bien pronto podré realizar un viaje inesperado. Inesperado, en el sentido de que inocentemente me propuse encontrar un viaje barato para el próximo puente de diciembre, y acabaré viajando en enero.
Inesperado, porque mi objetivo eran estos cinco días de puente, pero ante la imposibilidad de encontrar nada disponible adecuado a nuestras necesidades, acabaré viajando después de la resaca navideña y disfrutando los primeros días de enero en otro país. En temporada baja, eso sí.
Pero no pude sino agarrarme a unos vuelos low-cost fabulosos que probablemente debido a la cuesta de enero y a que no todo el mundo tiene vacaciones esos días aún se mantenían a muy buen precio. ¡Y eso que tardando tan solo unas pocas horas en coger el billete ya había subido! Un caramelito muy tentador…
Y seguramente por lo inesperado me he sorprendido a mí misma emocionada con la posibilidad del viaje. Porque ha habido que decidirlo rápidamente, y ha sido tentador.
A pesar de que sé que corro los riesgos del invierno, de que no disfrutaré de demasiadas horas de sol ni de las aguas cristalinas, de que enero no es la fecha ideal que aparece en las guías de viaje… a pesar de todo, no podía dejar pasar la oportunidad.
Porque sin duda era un destino pendiente, aunque no prioritario. De ahí también lo inesperado. Porque buscaba ir a Roma, a Florencia, a Estambul o a Londres, pero la buena suerte (para qué vamos a negarlo) y la desesperación buscando algún vuelo asequible a casi cualquier destino me ha llevado a viajar un mes después de lo previsto, a un lugar diferente.
Emocionante porque en mi mente, en mi ordenador y en mis cuadernos ya se acumula mucha información que tengo que ordenar y procesar para poder disfrutar del viaje. El encanto de los viajes inesperados, que se saborean casi como un premio…
Por cierto, aún no os he dicho a dónde me llevará este viaje inesperado. Os dejo la imagen superior para que vayáis adivinándolo… ¿No iríais sin pensarlo?
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