Hay quienes, incluso, en su desesperación por pisar lugares poco explorados, buscan enclaves excéntricos o improbabilísimos, como esos lugares en los que pasas de circular por a izquierda a circular por la derecha, al cruzar determinada frontera. Uno de esos lugares, por ejemplo, es la frontera de Tailandia con Camboya. Uno viaja hasta allí esperando encontrar una rotonda, quizá, o un paso elevado, o quizá algún otro sistema que evitaría una cadena de accidentes de circulación. Sin embargo, los que allí viajan no tardan en sentirse defraudados: en la frontera entre Aranyaprathet, Tailandia, y Poi Pet, Camboya, solo hay tierra en la que apenas hay tráfico.
Otros viajeros sencillamente encuentran emocionante viajar a lugares que políticamente se han convertido en significativos (al menos cuando uno contempla un mapa), como el monumento de las Cuatro Esquinas, en Estados Unidos, donde confluyen Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México. Está en medio de ninguna parte. No hay nada que ver. Pero, cada año, hasta allí viajan 200.000 personas para situarse con las piernas abiertas encima de una pequeña placa redonda y disfrutar de la experiencia de estar en cuatro estados, simultáneamente.
Entonces ¿realmente ya no quedan sitios que descubrir o explorar? ¿Debemos depositar nuestras esperanzas en las remotas estrellas?
Una opción sería aprender a mirar mejor lo que nos rodea, redescubriéndolo, hasta el punto de que el jardín de tu propia casa pueda ser más apasionante que el Amazonas (al menos, en cierto modo lo es). Pero no es necesario. Lo cierto es que aún queda mucho por ver.
Mucho más de lo que creemos.
Por ejemplo, sin buscar lugares especialmente exóticos, podemos fijarnos en Australia. De Australia a todos nos suena Sydney, sus playas o sus canguros. Pero Australia también posee un gigantesco desierto interior, el llamado outback, que esconde todavía muchos secretos incluso para los propios australianos. Por ejemplo, el 80 % de las especies de araña australiana aún son desconocidas para la ciencia, como también lo son un tercio de los insectos. Gran parte del interior de Australia no los ha pisado nadie. Se estima que en sus inmensas tierras abrasadas por el sol pueden hallarse aún grandes reservas de oro. Bill Bryson lo explica en su libro En las antípodas:
Hace poco, llegó un tipo sonriente de los desiertos occidentales arrastrando una pepita de oro de 27 kg. Era la pepita más grande nunca vista, y estaba tirada en el desierto. (…) En un entorno como éste proliferaban rumores de hallazgos fabulosos no explotados. La historia más famosa se refiere a un tal Harold Bell Lasseter, que en los años veinte afirmó haber encontrado una roca de oro de unos quince kilómetros en los desiertos centrales hacía treinta años, pero que por razones que no estaban a su alcance no había podido reclamarlo. Aunque parece inverosímil, la historia era más plausible de lo que puede hacer pensar una mera descripción.
Otro lugar que aún no ha sido explorado y que desde un helicóptero resulta abrumador está en el sudeste asiático. Concretamente en Indonesia, en la península de Mangkalihat, en la zona sur de la isla de Borneo conocida como Kalimantan. Es un mar de piedra caliza en medio de un bosque selvático que tiene aspecto de planeta extraterrestre. La primera exploración organizada se realizó en el año 1982, y desde entonces, un equipo se ocupa cada verano de relevar kilómetros de galerías subterráneas sobrevolando en helicópteros y caminando durante excursiones en tierra, pero aún queda mucho por descubrir.
Porque el mundo es más grande de lo que creemos. ¿Y a vosotros? ¿Se os ocurren más sitios nunca explorados por el ser humano?
Vía | La Nación
Fotos | Wikipedia | Wikipedia | Alexander Turnbull National Library
En Diario del Viajero | Las maravillas naturales más extrañas del mundo