Hoy vamos con la tercera y última entrega de este viaje por Malasia. Los últimos dos días cambiamos por completo el decorado y pasamos de una populosa ciudad y un evento deportivo de masas a la tranquilidad de la selva tropical de Taman Negara.
Dejamos el asfalto y lo cambiamos por sendas forestales, insectos de tamaños sorprendentes y gentes cuyo ritmo de vida no tiene nada que ver con el que conocemos en Europa. No me entretengo más y vamos a continuar con lo que nos queda pendiente por contar.
Días 5 y 6 la selva de Taman Negara
Tras vivir el Gran Premio de MotoGP en Sepang, todavía nos quedaban un par de días más en Malasia, y los íbamos a pasar en el complejo Mutiara Taman Negara. Situado en el límite sur de la reserva natural de Taman Negara, una de las selvas tropicales más antiguas de la tierra. Cuentan que tiene 130 millones de años y una biodiversidad que alcanza las 10.000 especies de plantas, 150.000 insectos y más de 200 especies de mamíferos entre los que están el Tigre y el Tapir.
La ruta hasta el complejo en el que nos alojamos se puede hacer de dos maneras, bien por carretera (unos 250 km desde Kuala Lumpur) o tomando a mitad de camino unas canoas que te llevan por el río Sungai Tembeling. Esta fue la opción que nos prepararon y las casi tres horas de travesía se hacen de todo menos aburridas, ya que vas viendo como evoluciona la selva desde las primeras plantaciones de palmeras hasta convertirse en una impenetrable e inaccesible maraña de vegetación que llega hasta el mismo borde del agua.
Una de las principales preocupaciones que tenía cuando enviaron el programa de actividades era precisamente esto de hacer dos noches en la selva, pero en cuanto llegas al complejo turístico y ves lo bien organizado que está se te olvida rápidamente cualquier reticencia que pudieras tener. En las habitaciones cuentas con aire acondicionado, un amplísimo y moderno baño y la inevitable nevera con agua embotellada y bien fía para que no pases sed en ningún momento. Quizá lo único que se echó de menos fue que la red wi-fi estaba limitada a la zona del restaurante. Pero en un sitio así lo último que quieres es seguir atendiendo a los correos que llegan.
La primera noche tras llegar al hotel el director general nos invitó a una suculenta cena, que incluía cosas tan exóticas como flores de plátano (comestibles, aunque casi sin ningún sabor) berenjenas guisadas o sardinas en tomate picante. Esto último muy exótico por estar a muchos kilómetros de la costa y muy de agradecer tras unos cuantos días de comer cosas apetitosas pero que no les puedes casi asignar un grupo tan básico como pollo, ternera o pescado. El postre de esta cena era una ruta nocturna alrededor del complejo, algo que está totalmente preparado para hacerlo incluso con niños pequeños y que recomiendo hacer.
Para esta ruta nocturna nos proporcionaron un guía autóctono que se esforzó por buscarnos todos y cada uno de los animales que nos cruzamos en el recorrido. Algo muy de agradecer y muy complicado si llevas un grupo de cinco tipos bromeando sobre si encontraríamos algo que nos fuera a picar o incluso a devorar. Cosas de trasplantar a gente de ciudad a un lugar así. A la vuelta, con unas cuantas fotos de polillas de tamaño enorme, alguna rana, algún que otro insecto como hormigas o termitas habíamos podido disfrutar de una pequeña muestra de lo que es una se estas selvas tropicales.
A la mañana siguiente nos tenían preparada una ruta un poco más exigente, puesto que recorrimos unos cuantos kilómetros (no recuerdo si tres o cuatro) por una senda muy bien delimitada mediante unas pasarelas e incluso escaleras hasta llegar al Bukit Terisek, uno de los puntos más altos de la zona y desde donde se puede ver una pequeña porción de la reserva. A la vuelta, pasamos por el Canopy Walk, serie de puentes colgantes situados a unos 40 metros del suelo por los que puedes ir “saltando” de la copa de un árbol a otro y también apreciar lo cerrada que es la selva aún en este lugar tan cercano a la civilización.
Esa tarde también nos llevaron a visitar un poblado de nativos de la zona. Un grupo que vive casi como en la edad de piedra, ya que no cuentan ni con electricidad ni con agua corriente. Según nos contaron son pueblos que cuando agotan los recursos de la zona en la que están viviendo, levantan el campamento y se trasladan a otro lugar nuevo. También nos dijeron que el gobierno les ha ofrecido casas y formar una pequeña ciudad, pero estas gentes lo han rechazado.
Su forma de vida es muy básica, y son los únicos que están autorizados a cazar dentro de la reserva porque lo hacen utilizando cerbatanas con dardos impregnados en veneno. Su estructura familiar es muy sencilla, con un jefe de la casa, con su mujer e hijos que dependen de lo que cace el jefe. Mientras tanto las mujeres se encargan de criar a los hijos y cocinar lo que trae ese jefe de la casa. Por desgracia su esperanza de vida es de tan sólo 50 años y cuando uno de ellos deja de poder cazar es separado de la familia.
En tan sólo seis días habíamos pasado de visitar las torres Petronas, ver una competición de motor de primer nivel a visitar a un pueblo semi nómada que vive de lo que caza. Una excepcional manera de conocer un país como Malasia, en el que convive lo último del siglo XXI con gentes que todavía viven en la edad de piedra.
Si tu próximo viaje va a ser por esa parte del mundo, mi recomendación es que no dejes pasar la oportunidad de visitar Malasia y disfrutar de sus contrastes. También podrás disfrutar de sus gentes, de lo amables que son y de un nivel de vida que comparándolo con el europeo los pone muy a nuestro alcance, aunque tengas que volar un buen montón de horas y casi cruzar medio mundo. Merece la pena.
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