Por ahora parece que turismo y tradición todavía están en un balance positivo. El pueblo se ha enriquecido en 10 años pasando del absoluto olvido a recibir manadas de turistas con dólares en el bolsillo. Por ahora, y quizás gracias al comunismo, los turistas permanecen en Sapa donde los indígenas comercian en los mercados y sacan provecho de algo que ni esperaban ni pueden detener, ya que son otros quienes manejan los hilos y los billetes gordos. De todas formas, a la que sales unos cuantos kilómetros de Sapa, la realidad es otra: es como escapar en el tiempo, de los backpackers y de la era moderna para sumergirte en el mundo real donde han habitado estas tribus durante miles de años; con sus bueyes, sus cabras, sus bambús, sus plantaciones de opio y arroz.
Y uno le agradece al gobierno que de vez en cuando nos lo pongan un poco difícil a la hora de hacer turismo.
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