Katmandú es una ciudad que provoca odio o amor a primera vista. Caótica por sí misma, es imposible controlarla con el mapa, la brújula o la guía. Las calles carecen de nombres y en ellas se despliegan una infidad de casas newaris de ladrillo rojo y ventanas finamente talladas en madera. A su vez, son tantos sus templos hinduistas, que confunden a uno en esta laberíntica ciudad. Las bicicletas, los rickshaws y la gente se amontonan, se cruzan, se adelantan, hasta marearle a uno.
La plaza de Durbar, donde reside el antiguo palacio real, es una auténtica maravilla En su centro se levanta una decena de templos hinduistas en forma de pagoda con ventanas y decorados tallados en madera de la época Malla. Montones de estatuas de dioses protegiendo los templos, incluso monos saltando por los techos. Eso, en el corazón de una capital mundial. Ahí queda. Y poca broma con los monos ya que gastan bastante mala leche y si llevas algo encima de comida se te tiran encima como locos endemoniados!
Lo bonito de Katmandú es olvidar el mapa, ya que de poco sirve, y hacer lo que esta ciudad caótica te está pidiendo, perderte por sus callejuelas y encontrar estas maravillas de templos y casas newaris y contemplarlas si es que el tráfico de motos, taxis y bicicletas te lo permite!
Parece como si aquí no hubiera pasado el tiempo y la gente siguiera viviendo al estilo de la Edad Media agregándole unas cuantas motos por en medio.
Paharganj es la zona de backpackers donde encontrarás todos los hostales, todas las imitaciones de North Face a precio de risa, un casino al más puro estilo burdel de Airbag y el Everest Steakhouse donde hartarte de carne después de un buen trekking. De todas maneras, es más recomendable dormir por la zona de Durbar y pasar por Paharganj sólo cuando es necesario ya que los pesados por la zona superan los 4 al metro cuadrado!
Más información | Kathmandú Lonely Planet