Una de las cosas que más respeto provoca entre aquellos que quieren viajar a India, es su su especialísima comida. Sus ingredientes, sabores, olores y texturas, pueden repeler o atraer, pero bajo ningún concepto dejar indiferente a aquel que la prueba.
La forma más sencilla y barata para habituarse a la comida hindú y familiarizarse con sus sabores, es pedir un buen thali. De manera brusca, el thali podría describirse como un “plato combinado”, que según la región en la que nos hallemos y la categoría del restaurante, estará compuesto por unos manjares u otros.
Así, el thali más básico y que podemos encontrar en casi cualquier lugar, consiste en dhal (lentejas), arroz, y el siempre presente roti: una torta de harina de trigo sin levadura, con el que los indios se ayudan para llevarse la comida a la boca.
Un thali más elaborado puede llevar, también, varios tipos de verduras muy especiadas (o “al curry”, como lo llamaríamos en occidente), patatas, e incluso yogurt, conocido popularmente como curd, y que se toma al final de la comida para refrescar el paladar del fuerte gusto dejado por las especias.
En restaurantes de mayor categoría, o enfocados el turista, no faltan los thalis que contengan pollo o algún pescadito como ingrediente principal. Sin embargo, debemos recordar que India es un país de población fundamentalmente vegetariana, por lo que estos platos no son en absoluto los más frecuentes entre las grandes masas, y por tanto, más caros y difíciles de encontrar.
Personalmente, de los mejores recuerdos que guardo de mi temporada en India, son los almuerzos en los restaurantes populares de grandes mesas corridas, donde el thali más sencillo se sirve continuamente en bandejas metálicas, y puedes repetir hasta la saciedad por menos de 50 céntimos de euro. Para mí, sin duda, la mejor manera de acercarse a la población india y su fascinante cultura.
Foto | Carmen en Flickr
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