Tras aquella experiencia, en la que millones de personas obraban para mí como Cicerones y también como recomendadores, fui hilvanando una serie de reflexiones sobre el futuro que finalmente se han cimentado a través de mis últimas lecturas sobre minería de datos, datificación de objetos y geolocalización de smartphones.
La conclusión que he extraído es que en breve, dentro de poquísimo, sabremos con gran precisión dónde viaja la gente, cuánto tiempo se detiene frente a la Torre Eiffel, qué calles escoge para desplazarse a su siguiente destino (y si dicho desplazamiento lo realizará a pie, en transporte público, etc.), qué restaurantes visitará, qué comerá, cuánto le gustará, cuántas veces regresará, con qué personas locales hablará o se dejará guiar, qué amigos, conocidos y familiares harán caso de sus recomendaciones para ir a los sitios que él ha ido (lo cual también nos dirá muchas cosas sobre la capacidad de influencia de dicho individuo) y un largo etcétera que aún somos incapaces de predecir.
Los luditas o amigos de lo tradicional ya estarán negando con la cabeza. Suena a ciencia ficción, indudablemente. Sin embargo, también sonaba a ciencia ficción distópica o a filme de James Bond hace diez años el afirmar que la mayoría de nosotros llevaríamos un smartphone en el bolsillo que permiten a las compañías saber dónde estamos en cada momento. Pero ya ocurre. Para ello emplean el GPS que hay en nuestro teléfono. No obstante, hay otras maneras de hacerlo: se puede alcanzar incluso mayor exactitud triangulando entre torres de telefonía móvil o routers wifi para determinar la posición basándose en la intensidad de la señal.
Ahora ya no sólo se puede rastrear a las personas, sino a los objetos. Por ejemplo, con la instalación de módulos inalámbricos en los vehículos, la datificación de la localización transformará, a mejor, el concepto de los seguros de coche. En Estados Unidos y Gran Bretaña, los conductores ya pueden ajustar su precio del seguro en base al tiempo que conducen, los kilómetros que realizan, cuándo lo hacen, y no en base a parámetros más toscos como la edad, el sexo y el historial.
La empresa de mensajería UPS ha conseguido ser mucho más eficiente trazando rutas gracias a este sistema.
Y la cosa no ha hecho más que empezar, tal y como señalan los expertos Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier en su libro Big Data:
La capacidad de recopilar los datos de geolocalización de los usuarios está convirtiéndose en algo extremadamente valioso. A escala individual permite la publicidad personalizada allí donde esté o se prevea vaya a estar una persona. Es más, la información puede ser agregada para revelar tendencias. Por ejemplo, acumular datos de localización permite a las empresas detectar atascos de tráfico sin necesidad de ver los coches: la información la proporcionan el número y velocidad de los teléfonos que se desplazan por una carretera.
Por ejemplo, volviendo a los viajes, por el simple hecho de usar Twitter mientras estamos viajando estaremos ofreciendo al mundo 33 elemento específicos que pueden usarse como información útil. Por ejemplo, el idioma del usuario, su geolocalización, la cantidad y los nombres de las personas a los que siguen o que los siguen a ellos. Y así hasta 33 elementos. Y solo hablamos de Twitter. Imaginaos las miles de aplicaciones que ya existen, y las millones que están por venir.
El mundo del turismo está cambiando tan deprisa que pronto, solo unos pocos, como Neo en Matrix, podrán ver el flujo de información que corre delante de nosotros. Esos pocos serán, como lo han sido Google o Amazon en otros ámbitos, los que sacarán rédito de ello a la vez que nos hacen la vida más fácil a todos.
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