Oslo es una ciudad volcada al mar, un mar que la enmarca con fondo azul o gris helado y en el que se reflejan algunos de los atardeceres más increíbles que he visto últimamente. Relativamente resguardadas en su fiordo, también forman parte de Oslo unas cuantas islas, la mayoría habitadas y por lo tanto bien comunicadas con la ciudad en transporte público. Y qué mejor forma de terminar el día que hacer un mini-crucero por el fiordo de Oslo, disfrutando de una nueva perspectiva de la capital.
Incluso, desembarcamos en una preciosa isla y la exploramos con la emoción de los descubridores, ya que en la fecha en que estuvimos, un día laboral de finales de diciembre, no había ni un alma en ella. Se trata de la pequeña isla de Hovedøya, a menos de diez minutos en barco desde Oslo, que cuenta con puerto de recreo, varias casas de fin de semana, un bosque, los restos de un monasterio e incluso unas playitas concurridas en verano con cafetería incluida.
El ferry se toma en el muelle Rådhusbrygge, en pleno centro, frente al City Hall. Existen varias líneas que hacen el recorrido por las islas, menos (y con menos frecuencia) en temporada baja, pero hay comunicación todo el año. Incluso, si el fiordo está helado, un barco anfibio surcará los hielos. La línea B1/B2/B4 nos lleva directamente hasta Hovedøya en pocos minutos, y la línea B3 da una vuelta entre las islas antes de llegar a Hovedøya.
Nosotros tomamos la línea B1 y, como digo, la isla estaba desierta cuando llegamos. Tuvimos una hora para explorarla antes de volver a tomar el ferry que nos llevaría de ruta por el resto de islas del fiordo de Oslo. Aunque, eso sí, ya con la puesta de sol y con horarios reducidos de salidas, no había más tiempo para seguir conociendo de cerca el resto de islas en las que el barco iba parando y en las que probablemente también haya alicientes interesantes por descubrir.
En nuestro viaje teníamos claro que iríamos a Hovedøya porque nos la habían recomendado e incluso habíamos visto sugerentes fotografías, eso sí, muy diferentes porque estaban hechas en verano. Pero fue toda una experiencia recorrer la isla sintiéndonos exploradores, parar en las ruinas de un claustro cisterciense de 1147, escuchar el silencio, el lento batir de las olas del mar casi congelado, rodear la isla y ver la puesta de sol tan especial, tan llena de matices, tan larga y tan fría, desde una playa solitaria.
Parte de la isla es reserva natural, y su flora y fauna son especies protegidas. Pero en Hovedøya, como desde el barco, también la ciudad atraía nuestra atención. Pudimos contemplar la fachada marítima de Oslo, con su puerto, el barrio Aker Brigge, el ayuntamiento o City Hall, la fortaleza Akershus, los modernos rascacielos junto a la Ópera o la colina Ekerberg... Una perspectiva diferente de la ciudad que cada vez se hacía más nuestra, que nos permitía trazar nuevos mapas mentales, despejando nieblas que pueblan la imagen de un destino antes de poner el pie en él.
Otra de las ventajas de esta propuesta es que, como hemos dicho, es económica y está al alcance de cualquiera. Sin tener que hacer un gran desembolso económico, sino al mismo precio que el metro o el autobús, podemos coger el ferry con el billete del transporte urbano. En nuestro caso, teníamos un bono diario RUTER que incluye viajes ilimitados en bus, tranvía, metro y barco (zona 1) al que sacamos buen provecho. El bono diario cuesta 90 coronas noruegas (45 niños).
Otras islas en las que el ferry va haciendo paradas son Bleikøya, Gressholmen, Lindøya, Nakholmen... Con sus playas naturales y sus cabañas rojas forman parte de la estampa de la ciudad. Tan cerca y tan distintas. Sin duda recomiendo esta experiencia por el fiordo de Oslo, nos regaló algunos de los momentos más especiales en nuestro viaje a la capital noruega y una perspectiva diferente de la ciudad.
Después de este mini-crucero por el fiordo de Oslo sentimos que conocemos un poco más la ciudad que nos va cautivando como en un largo abrazo. Al día siguiente, desde lo alto de la colina de Ekenberg, descubrimos el lugar donde Munch se inspiró para contemplar su obra más famosa, "El grito". Allí, a sus pies, como a los nuestros, se dibuja el fiordo de Oslo y sus islas. Revivimos mentalmente el recorrido por ellas del día anterior y el fabuloso atardecer encendido similar al que el artista pintara en sus cuadros.
Fotos | Christian A. Calmeyer y Jean-Marie Muggianu en Flickr-CC, Eva Paris
Más información | Visit Norway
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