Para contemplar un templo maldito como los que suele frecuentar Indiana Jones o para situarse delante de un clavicordio hecho de huesos humanos como el que aparece en Los Goonies, no es imprescindible acudir a una sala de cine. Existe otra alternativa. Viajar a Kutná Hora, a 70 kilómetros de distancia de la capital de República Checa, que visité el pasado fin de semana.
Personalmente, acudí hasta allí en excursiones guiadas que se ofertan en las oficinas de turismo de Praga o de la propia Kutná Hora: por unas 1.000 coronas pude contemplar con mis propios ojos el osario de Sedlec. El osario de Sedlec (kostnice Sedlec, en checo) es una pequeña capilla cristiana situada bajo la iglesia del Cementerio de Todos los Santos. Allí encontraréis nada menos que 40.000 esqueletos humanos situados artísticamente para formar la decoración y el mobiliario de la capilla.
Pero ¿por qué en Sedlec hay tanto hueso? La historia se remonta a 1142, que fue el año de fundación del monasterio cisterciense más antiguo de las tierras checas. Según la leyenda, un noble que viajaba de Praga a Moravia, mientras pernoctaba en el bosque,
tuvo un sueño en el que un pájaro se le introducía por la boca. Y entonces le surgió la idea de construir este monasterio. Una inspiración ciertamente extraña. La cuestión es que el noble, llamado Miloslav, poseía en Sedlec vastos feudos, y se puso manos la obra. Al poco, el monasterio ya estaba lleno de monjes cistercienses provenientes de la ciudad bávara de Waldsassen.
Los cistercienses proclaman el retorno hacia las raíces del cristianismo, a la pobreza y a la devoción genuina. Eran partidarios de un rígido ascetismo y del trabajo manual como parte de la vida monástica. Como la única carne que consumían era el pescado, también construyeron estanques junto al monasterio. Y un cementerio. El cementerio que pronto daría origen al osario, el único elemento del monasterio que hoy día aún se conserva.
Algún tiempo más tarde, en 1278, Jindrich, el abad del monasterio de la orden del Císter de Sedlec, fue enviado a Tierra Santa por el rey
Otakar II de Bohemia. En sus viajes, el abad recogió un poco de tierra del Gólgota, un monte situado en las afueras de Jerusalén, que es donde se cree que Jesús fue crucificado. Al regresar, trajo consigo esta tierra y la roció sobre el cementerio del abad, como quien abona el campo. Este acto pronto cobró resonancia y el cementerio se volvió muy atractivo en toda Europa central. De repente el cementerio había adquirido una categoría de cinco estrellas, y
los muertos preferían pasar el resto de la eternidad en una residencia con este empaque antes que en cualquier otro terreno sin gracia.
De modo que en poco tiempo miles de personas empezaron a enterrar a sus familiares en la abadía; los propios checos, pero también gentes procedentes de Polonia, Baviera o Bélgica. Pero debido a los estragos de la peste negra, a mediados del siglo XIV el cementerio de Sedlec empezó a sufrir
overbooking y tuvo que ser ampliado para poder acoger a tanto huésped. Por ejemplo, en 1318,
fueron sepultados allí más de 30 000 difuntos. Las guerras husitas también hicieron crecer el suministro de cadáveres, e incluso se llevaron por delante, en la primera mitad del siglo XV, a más de 500 monjes cistercienses tras la quema del monasterio y la abadía. Así, en 1421, el monasterio fue destruido y permaneció en ruinas casi 300 años. Se emprendieron las primeras restauraciones entre 1700 y 1709 por parte de Jan Blazer Santini-Aichel, que lo reconstruyó al estilo barroco, preservando en lo posible las partes góticas originales.
En 1870, Frantisek Rint, un tallista local de madera, fue contratado para ordenar de algún modo todos los huesos que de resultas de las obras de construcción habían brotado fuera de la tierra; sin contar las nuevas remesas de cadáveres que llegaban en tropel para enterrarse allí. Rint optó por darle un poco de gracia (a su manera) a tal colección de podredumbre y empezó la obra que hoy día podemos contemplar entre atónitos y acongojados. Pero los antecedentes del osario quizá habría que buscarlos en un monje medio ciego de 1511 que, según cuentan, amontonaba los cráneos en pirámides para almacenarlos. ¿Es posible que Rint se sintiera inspirado al contemplar estas macabras pirámides?
El «genio artístico» de Rint se materializó en una enorme lámpara de araña, que contiene al menos una unidad de cada hueso que forma el cuerpo humano, guirnaldas de cráneos que cubren las bóvedas, un pináculo, un crucifijo y hasta un escudo armas de la familia que lo contrató para tal efecto, los Schwarzenberg. Todo ello constituido exclusivamente de huesos, como en una película de terror barata.
Los huesos de 40.000 personas.
Fotos | Sergio Parra
En Diario del viajero | 20 cosas kafkianas y surrealistas que vi en Praga