Mi escapada a Cantabria durante el puente de mayo

El pasado puente de mayo estuve en Cantabria. Salimos el viernes 1 de mayo prontito de Madrid, a eso de la 9,00 h de la mañana para intentar no pillar atasco. Habíamos quedado con unos amigos en Celis, para ir a ver las Cuevas de El Soplao. El viaje en coche se nos dio muy bien. Había tráfico, pero fluido, y en ningún momento tuvimos retenciones. ¡Menos mal, porque al final es siempre lo que más pereza da cuando se viaja en coche durante un puente!

El paisaje desde el asiento del copiloto no podía ser más bonito. El campo estaba precioso, muy verde. Por la zona de Burgos me llamó mucho la atención que las tierras en barbecho estuviesen cubiertas por esas florecillas silvestres amarillas que de vez en cuando se ven por la zona de Guadalajara. Lo curioso es que allí crecían profusamente, todas juntas, como si hubiesen sido sembradas, delimitando muy bien las fincas.

A medida que subíamos hacia el norte, el paisaje se iba haciendo cada vez más espectacular. Además, mi pareja me había preparado una sorpresa: un CD con canciones italianas de los años 60 - que sabe que me rechiflan -, así que allí viajaba yo, encantada de la vida, desconectando por primera vez en mucho tiempo del ordenador y del runrún diario.

Para llegar a Celis lo mejor es coger la A6- A67 dirección Palencia-Reinosa. Son 452 kilómetros, y tardamos aproximadamente 4 horas y 40 minutos en llegar. Las instalaciones son espectaculares. Nada más dejar el coche en un buen aparcamiento, vimos llegar un trenecito cuyos vagones eran una reinterpretación de aquellos otros que solían usar los mineros para transportar el carbón dentro de las minas. Sólo que estos habían sido personalizados con asientos y una apertura para permitir a las personas entrar con comodidad, sin tener que alzarse a pulso.

Como entre pitos y flautas eramos un grupo bastante numeroso, habíamos llamado para reservar hora para poder ver en grupo Las Cuevas del Soplao. Nos dieron turno a las 16,00 h, por lo que nos dio tiempo a comer allí mismo en una estupenda cafetería tipo selfservice donde hubo quien se animó a probar incluso el cocido montañés. Yo pedí unas albóndigas que tenían una pinta estupenda, y no me equivoqué. El menú no me pareció caro, teniendo en cuenta que estábamos en el pico de una montaña y que no había nada más alrededor: 11,00 euros.

La cafetería tenía unos inmensos ventanales que ofrecían unas vistas panorámicas sobre el valle de esas que quitan la respiración. Nunca había entendido muy bien eso del síndrome Stendhal hasta ese momento, pero de repente noté que empezaba a tener palpitaciones, estaba un poco mareada y se me escapaban las lágrimas sin poderlo controlar. Pensaréis que estoy fatal, pero es que la visión de tanta belleza y la exuberancia de la naturaleza en esta época del año fueron demasiado para esta urbanita que llevaba demasiado tiempo en dique seco.

La visita a la cueva duró aproximadamente 1 hora. El trenecito nos llevó hasta el interior de la cueva, después de un breve trayecto, nos hicieron bajar y seguimos la visita a pie (se recorre caminando el 90% de la cueva). Nos habían aconsejado llevar ropa de abrigo pues dentro hacían 10 o 12 grados, y calzado cómodo y plano. En los chinos, antes de salir, compramos linternas de esas a pilas que se sujetan a la frente con una cinta de goma para los niños. ¡Estaban felices!

Las cuevas eran espectaculares. En total tienen 20 kilómetros de extensión, aunque sólo 4 kilómetros están abiertos al público. En ella se encuentran formaciones poco comunes de estalactitas y estalagmitas, algunas de las cuales han llegado a unirse formando columnas. Me llamaron mucho la atención unas estalactitas que el guía llamó excéntricas porque por capilaridad parecían desafiar la gravedad creciendo hacia arriba. Me recordaron mucho a las formaciones coralinas, sólo que estas eran blancas, of course, y mucho más finitas. Parecían copos de nieve vistos a través de un microscopio.

Por lo visto, la formación de estas cuevas es de hace 240 millones de años, del periodo cretácico, y se descubrieron, como la mayoría de estas cuevas, por trabajos de minería que se realizaron en ellas. Lo más curioso es lo bien preservadas que estaban. Los mineros las cuidaron mucho, y estropearon lo menos posible, pero no fue hasta el año 1975 cuando se descubrió su auténtico valor geológico, y no se acondicionaron para el público hasta el 2005.

Como al día siguiente habíamos pensado visitar Cabárceno, reservamos un hotel rural cerca de este parque natural convertido en un safari park donde los animales campan en libertad que estaba a 87 kilómetros de las cuevas. De camino, pasamos una tarde marinera en San Vicente de la Barquera que de Celis estaba sólo a 22 kilómetros.

El Hotel era una posada rural que estaba en un pueblecito llamado La Cavada. Resultó ser una elección perfecta pues el hotel estaba cercado, y disponía de un enorme jardín con una gran extensión de césped justo detrás, extremadamente cuidado, donde los niños pudieron corretear a sus anchas, jugar con el balón, y hasta montar en bicicleta, pues existía una montón de ellas, de todos los tamaños, que nos permitieron coger sin tener que pagar nada por ellas.

Como después del viaje y de un día lleno de emociones estábamos cansados, optamos por pedir la cena y cenar en el hotel (el hotel no tenía restaurante). La cena nos la trajeron de un restaurante de la zona. Como casi todos los niños pidieron hamburguesas, los mayores también nos animamos y pedimos lo mismo. Nos trajeron unas hamburguesas a la manera cántabra con unos panes que recordaban un poco a los molletes malagueños pero en tamaño XXL. Hay fotos de los niños intentando manejar esa especie de platillos volantes gigantes geniales. Lo mejor de todo el precio: 5,00 euros la unidad.

En el hotelito se podían reservar habitaciones dobles, triples o para 4 personas. Las paredes eran de piedra y ladrillo, los techos de vigas, pero todo estaba muy nuevo y limpio. Los cuartos de baño también eran perfectos. En el precio de la habitación estaba incluído el desayuno. Un buffet libre con charcutería, sobaos, quesadas hechas en casa, tostadas, en fin, todo muy completo. Javier, el encargado, nos avisó que convenía que al día siguiente madrugásemos si queríamos ir a Cabárceno pues a la entrada los días de fiesta solían montarse largas colas para poder entrar.

No le hicimos caso, y luego tuvimos que lamentarnos pues las colas eran tremendas. Más de una hora y media a paso de tortuga para poder acceder al recinto (y eso que Javier nos proporcionó las entradas haciéndonos un descuento de un 7%). Se nos hizo tan tarde, que al pasar por un pueblo, algunos nos bajamos del coche para comprar bocadillos - y así no tener que volver a salir para comer -, mientras los niños salieron a estirar las piernas y jugar en un prado lleno de margaritas. El precio normal para entrar en este parque es de 25,00 euros los adultos, y 15,00 euros los niños.

El parque de Cabárceno está en el valle del Pisueña, a 17 kilómetros de Santander. Antiguamente era una mina de hierro. Este parque se está haciendo muy famoso porque algunos de los animales que viven en él, viven en régimen de semilibertad. Se pueden ver ocelotes, jaguares, linces, ciervos, monos como los de Gibraltar, pero también rinocerontes y hasta elefantes, jirafas y cebras.

El sitio no puede ser más bonito, pero os recomiendo alquilar los típicos buggies que se utilizan cuando se va a jugar al golf, porque como la extensión es bastante grande (20 kilómetros asfaltados y señalizados para poder aparcar, y acercarse a ver a los animales), al final acabas harto del coche. La bici también puede ser una opción siempre que se esté muy en forma porque las cuestas son considerables. Allí pasamos todo el día hasta las 19,00 h. Muy recomendable el espectáculo de las aves rapaces porque las suben hasta el picorote de una montaña, y desde allí hacen una suelta. Las aves pasan volando rozando casi las cabezas de los que asisten al espectáculo.

Desde allí nos fuimos a comer a un restaurante en Liérganes que nos aconsejó Javier, donde nos trataron muy bien y pudimos degustar productos de la zona como el bacalao relleno de marisco o el de toda la vida con tomate y cebolla que estaba buenísimo.

A la mañana siguiente, aprovechando que estábamos por la zona, nos fuimos a ver las cuevas de Altamira. Bueno, las cuevas sólo las vimos por fuera porque ya sabéis que tienen el acceso restringido, pero vimos la magnífica reproducción que han hecho. Las cuevas están a las afueras de Santillana del Mar (un pueblo la mar de mentiroso porque ni es santo, ni es llano ni tiene mar), a una hora de nuestro hotel. Como íbamos ciento y la madre, volvimos a reservar y pudimos realizar la visita en grupo.

Todos hemos visto cientos de veces la reproducción de los bisontes de Altamira, de las manos de nuestros antepasados estampadas en la roca en positivo y en negativo, pero lo que más me impresionó de todo fue como estos primeros artistas supieron aprovechar las formaciones rocosas para crear figuras en 3 D. Eso no se ve en ningún libro de arte ni en ninguna fotografía por muy buena que sea, y es algo digno de ser mencionado.

Salimos de allí a las 15,00h. La mitad del grupo decidió volver a Madrid, por aquello de la operación retorno después del puente, la otra mitad nos fuimos a conocer Comillas. Pero eso ya os lo cuento en otro post, que en este me he alargado mucho.

Más información | Cuevas del Soplao
Mas información | Parque de Cabárceno
Más información | Cuevas de Altamira
Fotos | Almudena_perezminguez, Frobles
En Diario del Viajero | Ruta por Cantabria: Bárcena Mayor y los valles del interior

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