La reunión se hace con la finalidad de mantener viva la copla, uno de los géneros musicales que más representan a la comunidad indígena. Así es como durante los dos días que dura el encuentro, llegan hasta el pequeño pueblo cientos de niños y adultos provenientes de los lugares más inhóspitos de la región, munidos de instrumentos musicales fabricados por sus propias manos y creados especialmente para la ocasión.
Pero no sólo el canto engalana al paisaje jujeño por esos días. Además de las canciones, los pobladores realizan rondas rituales, generalmente en honor a la Pachamama, (“madre tierra” en lengua aymara) en las que beben chicha y bailan hasta entrada la madrugada. A todos aquellos que por entonces estén visitando el maravilloso noroeste argentino, les recomiendo que no dejen de asistir a este encuentro, por dos razones. Por un lado, por que es una de las pocas veces que van a poder formar parte de una fiesta indígena en vivo y por el otro, por que estarán rodeados por el asombroso paisaje que ofrece el Cerro de los Siete Colores, un sitio que por su increíble fastuosidad debería haber estado en la lista de las candidatas a las siete maravillas del mundo.
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