Si se está planeando un viaje a Tokyo es imprescindible hacer una pequeña visita a Nikko. Incluso si se anda escaso de tiempo, esta es la única salida a las afueras de la ciudad que no debéis dejar pasar.
Existe un dicho japonés que reza: ‘No digas que es magnifico hasta que no hayas visto Nikko’, y lo cierto es que en Nikko se halla el conjunto monumental más impresionante de todo Japón.
Nikko se encuentra a 128 kilómetros al norte de Tokyo y se llega fácilmente en tren desde la capital en un trayecto que dura alrededor hora y media –depende de la compañía y los trenes que cojamos-.
Una vez hemos llegado a Nikko, se puede ir hacia los templos en autobús –de la compañía Tobu- o andando por los caminos del precioso bosque que los rodea.
La visita a Nikko puede plantearse sin problemas como una salida de un día desde Tokyo –aunque haya que madrugar-, pero también se puede dormir en el pueblo y disfrutar de sus magníficos ryokan.
Para visitar los templos existe una entrada combinada que permite el acceso a todos ellos a un precio más económico –unos 1.300 yenes- que si se compran por separado. Además con esta entrada se entrega un mapa muy útil para no pasar nada por alto.
También es importante saber que todos los templos tienen un horario de visita estipulado, y que suelen abrir a las 8 de la mañana, cerrando entre las 3:30 y las 6 de la tarde –el horario depende de cada templo, pero en invierno cierran antes-.
El más importante de los templos que podremos ver en Nikko es el Toshogu. Se trata del templo sintoísta en el que está enterrado Ieyasu Tokugawa – nacido en 1543 y muerto en 1616 -, el primer shogun de Japón –un mando militar histórico -.
Entre las cosas que no debemos perdernos en nuestra visita a este conjunto monumental están las Torii –puerta de entrada al santuario sintoísta-;la pagoda de cinco pisos; el ‘Establo Sagrado’ que contiene un caballo blanco y en cuya decoración exterior encontramos los famosos ‘Monos de la sabiduría’, unas curiosas tallas que muestran el ciclo vital del mono y que incluyen a tres monos cada uno de los cuales ‘no oye al diablo, no ve al diablo y no le habla al diablo’; cerca de los monos hay otras interesantes tallas de un elefante hechas por un artista que nunca había visto ninguno; el Yakushi-do es una estancia con un gran dragón pintado en el techo, un buda y un bloque que hace un ruido que se dice que es idéntico al llanto de un dragón; la famosa talla del gato durmiendo; y los tres budas del templo Rinno-ji.
En los alrededores del conjunto de templos, encontramos otras cosas importantes para visitar como el Shinkyo, un puente rojo que comunica los templos con el pueblo; Kanmangafuchi, una serie de estatuas protectoras que se encuentran en la ladera de la montaña; y el jardín botánico.
Si queréis un souvenir curioso y diferente, una sugerencia es llevarse una libreta, no muy grande para minimizar el equipaje, con hojas gruesas, como para dibujar con acuarelas, - también se pueden comprar en Japón, incluso en algunos templos - y pedirles a los maestros calígrafos de los templos que nos dibujen los kanjis del templo y nos pongan su sello. Nos cobrarán 100 o 200 yenes por ello. Volver con una libreta repleta de estas caligrafías es de lo más original.
Además, en los templos venden amuletos, recuerdos y diferentes formas de predecir el futuro, mediante la elección de palillos o bolsitas con nuestra fortuna escrita en ellas.
La profusión de turistas y grupos escolares, no resulta nada agobiante ni desagradable y, en cierto sentido –muy japonés-, forma parte del espectáculo. Muy interesante en particular resulta observar a los escolares japoneses, nada ruidosos y muy obedientes, con sus uniformes al más puro estilo Manga –incluidas las gorritas amarillas-.
Por los caminos del bosque, entre los templos, se puede degustar un bocado en una caseta atendida por una minúscula anciana: y es que en Nikko todo es silencioso, antiquísimo y espiritual.