Los puristas recomiendan que el equipaje no supere el 10 % de nuestro peso. Sea como fuere, desde hace años intento en ese peso quepa un cuaderno moleskine.
No importa que luego no lo use: me siento más seguro con él. No importa que luego solo escriba dos líneas. O simplemente trace un dibujo de lo que acabo de ver. O que le pida a un lugareño que me escriba alguna indicación. Es mi compañero fiel de viaje.
Moleskine
Un cuaderno de notas Moleskine y un par de bolígrafos. Lo de llevar una Moleskine es algo casi sentimental, fetichista, lo admito, pero también este tipo de cuadernos están especialmente adaptados para soportar el duro trasiego de un trotamundos.
Casi todas las libretas adolecen de los mismos problemas: demasiado grandes, demasiado gruesas, páginas satinadas sobre las que resbala la tinta de la pluma, encuadernación pobre, se abrían dentro del bolso o la mochila y se le arrugaban las páginas al igual que un acordeón.
Una Moleskine, sin embargo, tiene el tamaño perfecto, el peso idóneo, una goma para mantenerla cerrada (y prender el clip de la pluma), un bolsillo interno para guardar papelotes sueltos, una cinta para marcar la página, espacio para ex libris, páginas cuadriculadas y encuadernación excelente: resistente, de calidad, y se mantiene abierta por sus propios medios.
Y lo mejor: la Moleskine no hace alardes de diseños más o menos afortunados como la mayoría de las libretas y libros en blanco del mercado. Es negra, sin más. La Moleskine, ese legendario cuaderno de notas empleado por los artistas e intelectuales europeos de los últimos dos siglos: de Van Gogh a Henri Matisse, de las vanguardias históricas a Ernest Hemingway.
Una tradición recuperada por el escritor viajero Bruce Chatwin, que los adquiría en una vieja papelería parisina para llevarlos siempre consigo en la mochila o intercambiarlos con sus amigos escritores, como Luis Sepúlveda. Compañero de viaje de bolsillo y leal, la Moleskine ha guardado bocetos, apuntes, historias e inspiraciones antes de que se convirtieran en imágenes famosas o páginas de libros con las que se han formado generaciones enteras.
La goma negra que la mantiene cerrada, también, convierte la Moleskine en un pequeño baúl donde conservar quizá anotaciones que ha sido urgente escribir en un momento en que nuestro cuaderno no ha estado cerca. La Moleskine es tu memoria extra de lo que fue tu viaje, conservada prístinamente; el tipo de cuaderno que hubiera querido llevar consigo Odiseo, tras su periplo entre hombres, héroes y dioses. «Pensamientos de vagabundeo», que relataba el viajero de las Sendas de Oku de Basho Matsuo.
Fragmentos escritos a vuelapluma, imprevistos, instintivos, en los que hemos intentado explicarnos el mundo a nosotros mismos. Un pedazo de tránsito vital que debe conservarse siempre. Un compañero fiel de viaje.