Viajar, qué duda cabe, puede ser una fuente de felicidad. Todos hemos sentido la trepidación de comprar los billetes del vuelo que nos trasladará al lugar de nuestros sueños. Y, posteriormente, las ensoñaciones de mirar las fotografías de la página web del hotel y de los lugares que visitaremos, imaginándonos allí durante nuestras vacaciones.
Sin embargo, frente a esta perspectiva idílica, la realidad de las vacaciones acostumbra a ser muy diferente.
Felicidad de la expectativa
Dicen algunos viajeros que hay que saber disfrutar más del camino antes que del destino. O, al menos, considerarlo todo en un pack: camino + destino. Sin embargo, la psicología dice otra cosa: al pack deberíamos sumar quizá el factor que más felices nos hace: la preparación del viaje, la perspectiva del mismo, la posibilidad de ir allí donde queremos ir.
El problema es que este factor, muchas veces el más poderoso, es el que más escapa de nuestro control. ¿Cómo vamos a controlar las perspectiva ante el caudal de vídeos, fotografías y descripciones entusiastas de otros viajeros? Sin embargo, debido a (o por culpa de) nuestras expectativas alimentadas una y otra vez por esos inputs, finalmente nuestro puede resultar decepcionante.
Sócrates fue el primer filósofo que explicó por qué nos pasaba algo así: porque al viajar siempre llevamos la misma cosa: a nosotros mismos. Abunda en ello Derren Brown en su libro Érase una vez... Una historia de la felicidad:
Tú, con tus pensamientos y preferencias habituales y tu capacidad para la insatisfacción, te encuentras en esa arenosa franja del paraíso o en ese mar color turquesa, y te das cuenta de que te has llevado contigo todos esos aspectos decepcionantes de ti mismo. El resto no es más que un telón de fondo.
El filósofo Séneca también rubricó este pensamiento en una única frase: "Necesitas un cambio de alma, no un cambio de clima". Es decir, que a veces porfiamos en escapar de nuestros problemas (nuestro Yo) o en alcanzar la felicidad viajando a una suerte de tierras prometidas. Las expectativas, como es natural, no solo son elevadas, sino que no se compadecen con el hecho de que nosotros somos como somos, y deberíamos concentrarnos más en ello y menos en el horizonte.
¿Entonces? ¿Viajamos o no viajamos? Sin duda, viajamos. Pero sin idealizar. Sin esperar que todo saldrá como si fuera un guión cinematográfico. Sin anhelar lo que quizá está más en nuestro interior que en una playa remota. Y lo primero que debemos hacer para lograr eso es descartar la idea de que la felicidad es algo sencillo, una cosa simple a la que tenemos derecho y solo debemos ir a buscar. Sigue Brown:
La felicidad es una quimera: es imaginaria y decepcionante en muchas de sus formas. Como el arcoíris que tan habitualmente la simboliza, la felicidad es una ilusión óptica que se retira o se esconde cuanto más te acercas.
Así que haces las maletas. Pero nunca olvidéis que el gran viaje, el viaje más necesario, complicado y lleno de peligros y laberintos inextricables, es el viaje que realicéis hacia vuestro propio interior.