Usando el sexo para vender viajes

Un cuerpo desnudo, una promesa de sexo fácil, ligoteo a cascoporro, la asunción de que hay muchas mujeres dispuestas a casarse, el estatus legal de la prostitución (o incluso de la pedofilia) son poderosos ganchos turísticos. Hasta el punto de que ya está consolidado un turismo expresamente sexual.

El sexo incluso se usa para convencer al turista de que emplee una compañía aérea y no otra. Por ejemplo, ya clásico es el anuncio en prensa de 1971 que National Airlines empleó para incrementar un 23% el número de pasajeros en solo un año. En él aparecía una auxiliar de vuelo que lanzaba una mirada seductora mientras decía: “Soy Cheryl. Vuela conmigo.”

El éxito de esta campaña propició que National Airlines no tardara en repetir la fórmula, publicando una serie de anuncios en los que seductoras auxiliares de vuelo prometían: “Te haré volar como nunca nadie te ha hecho volar”.

Tampoco debemos olvidar las procaces campañas de Virgin Atlantic. Desde el año 2000, British Airways (el rival directo de Virgin) patrocina el London Eye, la enorme noria que se encuentra a orillas del Támesis. Richard Branson, fundador de Virgin, se aprovechó de los problemas de construcción del London Eye, que demoraron su inauguración, contratando un digerible que voló hacia la noria con este mensaje: “British Airways no logra levantarla”.

Martin Lindstrom, en su libro Buyology, abunda en esta promoción:

No hubo demanda civil porque no había ningún logotipo de Virgin; sin embargo, los consumidores reconocieron de inmediato el tono burlón de la aerolínea rival. ¿El anuncio de Virgin para su sistema de entretenimiento a bordo?: “Nueve pulgadas de puro placer”.

Países como reclamo sexual

El sexo en la publicidad es ubicuo, pero en el ámbito del turismo puede llegar a rozar la ilegalidad u hollarla directamente. Por ejemplo, Sri Lanka se ha convertido en un país famoso por brindar un mercado sexual de menores de edad a pedófilos, y lo que más llama la atención de Brasil, Cuba o Santo Domingo para muchos turistas son las mulatas tropicales. Tal y como refiere Martín Caparrós en su recopilación de artículos La guerra moderna a propósito del turismo sexual:
El turismo sexual existió siempre. Ya algún romano escribía sobre “los finos tobillos y las salaces danzas” de las cartaginesas de Cádiz, hace 2000 años. Y Venecia atraía viajeros por sus cortesanas hace 200. Pero últimamente, con la explosión turística, el mundo se ha convertido en un burdel con secciones bien diferenciadas. Hace unos 15 años, a algunos gobiernos les pareció que podía ser una buena forma de atraer turistas, es decir: dinero.

El matemático John Allen Paulos también cuenta una divertida anécdota que le sucedió en un pueblo costero de Tailandia en Navidad de 2006 que pone de manifiesto esta cultura de emplear la belleza para obtener beneficios de los extranjeros, una cultura que ya reina en la conciencia colectiva de las chicas tailandesas.

La escena sucede en un cibercafé, donde tres chicas jóvenes saltan de uno a otro ordenador manteniendo conversaciones simultáneas con hombres de otros países. A través de la webcam se muestran sonrientes y apetecibles a un puñado de turistas solitarios que habían visitado ya Tailandia. La experta en inglés del grupo de chicas ayudaba al resto a escribir mensajes seductores a fin de sacar dinero a estos farangs (en tailandés, extranjeros) que ellas consideraban sus sameys (en tailandés, novios o maridos).

Allen Paulos, intrigado por esta suerte de transacción económica basada en el amor, empezó a ayudar al grupo de chicas a escribir mensajes más románticos todavía, como cuenta en su libro Elogio de la irreligión:

Fue muy divertido ayudarlas a desplumar a farangs de tres continentes a través de la oficina contigua de la Western Union. (Puede que “desplumar” no sea la palabra más adecuada, ya que considero que la transacción era justa y nada onerosa: una fantasía navideña a cambio de unos pocos dólares.) Recordé que Christopher Moore, un novelista afincado en Bangkok cuyas intrigas están ambientadas en Tailandia, señaló jocosamente que el tailandés no tiene ninguna palabra o expresión corriente para la “integridad” estricta, y sí muchas para “diversión” y “risa”.

Fotos | Wikipedia

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