La semana pasada vimos los consejos que daba Lee Bell en el diario The Sun para no parecer un guiri en Barcelona, con sus errores y aciertos. Lo curioso es que, unos días después, este periodista británico ha vuelto a publicar un artículo sobre el tema, donde habla del nombre secreto que tenemos los españoles para denominar a los turistas de su país. ¿Lo adivinas? Exacto, está hablando de la palabra 'guiri'.
Tal vez ha sido casualidad, o una reacción al titular donde le llamaba así, pero en cualquier caso, quiero aprovechar para romper una lanza a favor del guirismo como concepto universal. Más que nada, porque es algo que todos hemos hecho en algún momento, y es muy probable que lo volvamos a repetir.
Puede que no vayas por el mundo con chanclas y calcetines (o sí), pero hay muchas otras formas de ser un guiri, seguro que te suenan.
¿Por qué llamamos guiris a algunos extranjeros?
Lee Bell nos habla de una teoría según la cual el nombre proviene de una palabra vasca que significaba 'rubio' o de 'piel clara', y que se utilizaba para describir la apariencia física de los turistas. Y, aunque sí es cierto que la palabra viene del País Vasco, la historia tiene mucha más miga.
La RAE ya nos da pistas con su segunda definición: “En las guerras civiles del siglo XIX, el partidario de la reina Cristina. Era usado también para designar a los liberales, y en especial a los soldados del Gobierno”.
Tal como explican en Diario Sur, donde recogen un texto de Juan Gil, catedrático de Filología y miembro de la Academia, guiri es un acortamiento de 'guiristino', que a su vez es una adaptación de 'cristino'. Es decir, un seguidor de María Cristina, viuda de Fernando VII, que defendía los derechos sucesorios de Isabel II.
En el País Vasco y Navarra les iba más Carlos María Isidro de Borbón, el hermano del rey, así que, en el contexto de las Guerras Carlistas, los guristinos eran percibidos, de manera despectiva, como gente ajena y foránea. La forma abreviada, guiri, era la más utilizada y ha quedado recogida en obras de Pardo Bazán, Pío Baroja o Benito Pérez Galdós.
Sin tener claro el porqué, este término se ha extendido hoy a cualquier turista extranjero, y el visitante inglés que bebe en exceso, se cuece al sol en agosto (guiri colorao) o lleva bermudas en enero, es el estereotipo más identificable.
Aunque es cierto que no llamaríamos guiri a un italiano o a un colombiano, pero sí a un alemán o un francés (también conocido como gabacho), en realidad, hacer el guiri es algo extensible a cualquier nacionalidad. Todos sabemos de qué estamos hablando.
Españoles por el mundo
Hay un proverbio anónimo que dice “Cuando apuntas con el dedo, recuerda que tres dedos te señalan a ti”. Y resulta muy cierto. Es muy divertido criticar o reírnos (con cariño) de los guiris, al verlos sufrir esperas de horas para ver un monumento o comer una paella en la zona más turística. Sin embargo, ¿no tenemos un comportamiento similar al viajar a otros países?
Podríamos preguntárselo a los habitantes de Pisa, que nos tienen que aguantar las gracias con las fotos a su torre inclinada millones de veces. A los napolitanos que nos observan formar colas kilométricas en la pizzería Sorbillo; o a los pocos venecianos que quedan, que seguro que alucinan al ver a un montón de gente recorriendo la librería Acqua Alta en fila india y a paso rápido, para poder sacarse un selfie al final, sobre una montaña de libros viejos y mojados.
¿Quién no dejó un candado del amor en el Pont des Arts de París antes de que se desplomara la barandilla por aguantar tanto peso? ¿O se ha sentido especial por comprar una camiseta alternativa en el mercadillo de Camden, en Londres? ¿Cuántos no nos hemos quedado alguna vez sin comer caliente, porque al buscar un restaurante en otra ciudad europea a las 14:30 h ya estaba todo cerrado? ¿o hemos dado propina en Japón y nos han tomado por unos maleducados?
La lista de turistadas es interminable. Y más ahora que tenemos que compartir en Instagram y TikTok los dulces de pistacho que nos comemos en Sicilia, los columpios a los que nos subimos en medio de la selva tropical de Ubud, o lo bonito que es el atardecer en Mykonos.
Además, justo cuando pretendes ser más original y menos turista que nadie, siempre te acabas encontrando con otros españoles y antes de decir nada, ¡ya te han reconocido! ¿Cómo no vamos a ser guiris para los locales también? Aunque a saber cómo nos llaman.
Es muy normal, y hasta tiene su encanto. En un mundo cada vez más globalizado, a pesar de que nos encontremos con las mismas franquicias en todas las grandes ciudades, seguimos teniendo muchas diferencias, que nos sorprenden tanto al desplazarnos a otro lugar, como al recibir a viajeros en nuestra localidad.
Por otra parte, es inevitable que admiremos lo que los residentes quizá ya no valoran tanto o están hartos de ver. Al fin y al cabo, como narraba Javier Reverte: “La aventura de viajar consiste en ser capaz de vivir como un evento extraordinario la vida cotidiana de otras gentes en parajes lejanos a tu hogar”.
Otro tema son los comportamientos incívicos, que están disparando la turismofobia en algunas zonas, como en el barrio del Carmel, en Barcelona. Sin embargo, un guiri bebiendo sangría en la Plaza Mayor de Madrid no hace daño a nadie, o al menos no más daño que el que pueda provocar un español pidiendo un café en la Plaza San Marcos de Venecia. En última instancia, los que sufrirán serán solo sus bolsillos.
Portada | Johan Mouchet - Unsplash