En ocasiones estamos tan enfrascados en hacer la foto que consigne que estamos en un sitio en particular, que dedicamos poco o ningún tiempo a contemplar ese sitio en particular: disfrutamos a través de la mirada del otro, del que nos sigue en las redes sociales, y nos señala cuán afortunados somos.
Pero el no fijarse bien en lo que estamos viendo, en no interpretar correctamente donde estamos o incluso el inventar que hemos estado en un sitio que en realidad no hemos estado no es algo nuevo. De hecho, hay varios casos en la historia de personas que creyeron haber atisbado lugares que ni siquiera existían.
Espejismos
Un espejismo es una ilusión óptica en la que los objetos lejanos aparecen reflejados en una superficie lisa como si se estuviera contemplando una superficie líquida que, en realidad, no existe. No es raro leer casos de personas sedientas que recorren el desierto y descubren un oasis que solo es un espejismo.
Pero los espejismos aún pueden ser más espectaculares. Como el caso del capitán canadiense Robert Bartlett, que el 17 de julio de 1939, mientras navegaba entre Groenlandia e Islandia, avirozó las costas de Islandia como si estuviera a pocas horas de viaje... cuando en realidad estaba mucho más lejos. Como lo describe en En defensa del error Katheryn Schulz:
estimó la distancia aparente a la costa en 25 o 30 millas. Pero sabía que la distancia real era diez veces mayor, ya que su navío se hallaba a unas 350 millas de la costa islandesa. Hubiera sido asombroso que fuera capaz de ver tierra: sería como ver el monumento a Washington desde Ohio.
Viendo un continente que no existe
El mayor caso de espejismo documentado es el de la contemplación ya no de un oasis o un país, sino todo un continente. En 1906, el explorador norteamericano Robert Peary recorría a pie el norte de Canadá cuando, al echar un vistazo al mar, atisbó una masa de tierra que se extendía abarcando una parte tan grande del horizonte que dedujo que se trataba de un continente. Estimó que ese continente estaba a 120 millas náuticas.
Al regresar a Estados Unidos, informó de su hallazgo, lo que propició que, siete años más tarde, Donald MacMillan marchase a explorarlo. Acampó en el Ártico canadiense y, tras congelarse el mar polar, abrió la marcha con intenció de atravesarlo. Estuvo andando días y más días a pie o conducido por perros, hasta que sus hombres y él divisaron el territorio que encajaba con la descripción de Peary. Sin embargo, todo se esfumó, plop, como una pompa de jabón:
Pero cuando continuaron hacia él, la tierra pareció cambiar y, cuando el sol se puso en el cielo nocturno, desapareció por completo. Los hombres siguieron sin embargo avanzando y sobrepasaron el punto en el que deberían haber llegado al misterioso continente, pero en ningún momento encontraron tierra.
Siendo justos, aquellas personas no fueron víctimas de un espejismo, sino de una fatamorgana, una ilusión que magnifica y distorsiona los objetos: en realidad, estaban atisbando la superficie ondulada del mar helado, que la caprichosa luz polar exageraba.
Así que tened cuidado con mirar pero no ver. También tened cuidado con ir demasiado deprisa juzgando lo que veis. Y, si hace falta, valeos de herramientas, documentación y cachivaches varios para incrementar vuestra percepción y comprensión de lo que veis. Primero porque vuestro cerebro puede cometer muchos errores, segundo porque tampoco te puedes fiar de lo que digan las personas con las que te encuentres en tu viaje.