Debido a que en los colegios se da cada vez menos importancia al pensamiento espacial, a diferencia del lenguaje y las matemáticas, cada vez se encuentran más casos de personas que son incapaces de guiarse con un mapa.
En 1966, los geógrafos británicos William Balchin y Alice Coleman acuñaron el término graphicacy (visualidad) para referirse a la capacidad humana para entender cartas, diagramas y símbolos. Es decir, el equivalente visual de la literacy (alfabetidad) y la numeracy (aritmética). Los que son incapaces de interpretar correctamente los mapas sufrirían, entonces, de ingraphicacy.
En general, todos tendemos a esta clase de analfabetismo porque la enseñanza reglada no le dedica el tiempo necesario. Es algo que han denunciado ya personajes como la profesora de psicología Lynn Liben, que fue en su día asesora de Barrio Sésamo en materia de geografía.
En 1959, el psicólogo cognitivo Jerome Bruner se quejaba también de cómo la geografía se enseñaba con demasiada frecuencia de manera pasiva, sin exigir razonamientos ni exploración alguna por parte de los estudiantes.
Afortunadamente también hay personas, entre los que me encuentro, que disfrutan sencillamente en la contemplación de un mapa, resiguiendo carreteras, buscando nombres extraños, localizando montañas o desiertos, comparando distancias y, por qué no, imaginando qué habrá allí.
Otros persiguen una perfección en los mapas que nunca tiene fin, hasta llegar a un punto en que ya no valdría la pena confeccionar un mapa porque éste sería la misma realidad, tal y como refirió Jorge Luis Borges:
En aquel tiempo el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba una ciudad, y el mapa de un imperio, toda una provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
Otros se acercan a los mapas casi como si fueran médicos examinando la radiografía de un paciente, como Ken Jennings, que describe así sus mapas en su libro Un mapa en la cabeza:
Las formas de los lugares me parecían tan atrayentes como sus nombres. Sus perfiles estaban llenos de personalidad: Alaska tenía un perfil regordete que sonreía benévolamente hacia Siberia; Maine era un guante de boxeo; Tailandia tenía una cola de mono. Admiraba los territorios toscamente rectangulares como Turquía, Portugal y Puerto Rico, los cuales me parecían robustos y respetables, pero no así lugares rectangulares más definidos como Colorado o Utah, cuya perfección geométrica hacía que pareciesen adiciones falsas y forzadas al mapa nacional.
El divertidísimo escritor de viajes Bill Bryson también es capaz de disfrutar sencillamente de los mapas, como evidencia en su libro Notes from a Small Island (Notas desde una isla pequeña), en este fragmento en el que se sienta en un banco de piedra durante una excursión en las colinas de Dorset:
Viniendo de un país en el que los cartógrafos tienden a excluir cualquier elemento del paisaje más pequeño que, pongamos, el Pikes Peak, me siento constantemente impresionado por la riqueza de detalles de la serie 1:25.000 del Ordnance Survey. En ellos se incluye cada surco y cada terrón del paisaje, cada granero, cada mojón, cada bomba eólica y cada túmulo. Distinguen entre fosos de arena y de grava y entre líneas eléctricas que parten de torres de alta tensión y líneas eléctricas que parten de postes. Éste incluía incluso el asiento del piedra en el que estoy sentado. Me asombra poder mirar un mapa y saber en qué metro cuadrado he puesto las posaderas.
En cualquier caso, seáis capaces o no de interpretar correctamente un mapa, recordad que la X no marca el tesoro, y menos aún si se trata de un mapa pirata.
Foto | Wikipedia Diario del Viajero | Mapas antiguos del mundo