Porque lo más apasionante puede estar a la vuelta de la esquina. O en el jardín de tu propia casa.
Y es que el jardín de vuestra casa o los jardines públicos de vuestra propia ciudad pueden ser lugares tan extraordinarios y trepidantes como el Amazonas (aunque os recomiendo que no os vistáis de Indiana Jones para visitarlo: no es necesario).
Para probar esta tesis, una ecologista llamada Jennifer Owen, por allá el 1972, empezó a tomar nota de toda la vida que encontraba en su jardín de Humberstone, un barrio de Leicester. Quince años después, la lista daba miedo, hallándose en ella cientos de especies animales (sobre todo insectos) de las que la ciencia no tenía conocimiento.
Tal y como señala John Lloyd en su libro El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia:
Los jardines domésticos suponen un 23 % del área urbana de Sheffield e incluyen 25.000 estanques, 45.000 cajas para nidos, 50.000 montones de abono y 360.000 árboles. El profesor Kevin Gaston, investigador jefe del proyecto BUGS, afirmó que todo ello suponía “175.000 oportunidades de conservación independientes”. Uno de los descubrimientos del proyecto fue lo que podría ser una nueva especie de liquen diminuto, hallado en el musgo de un camino asfaltado normal y corriente.
Por ello, entre el año 2000 y el 2007, el proyecto Biodiversidad en los jardines Urbanos de Sheffield (BUGS, por sus siglas en inglés, es decir, BICHOS), trataron de registrar todas las especies animales y vegetales que pudieran. Y es que basta con examinar un simple tarro lleno de tierra común para descubrir un nuevo mundo. De promedio, puede haber diez mil millones de bacterias, casi todas desconocidas por la ciencia, casi un millón de levaduras; cientos de miles de hongos o mohos; y unos diez mil protozoos. Sin contar los nematelmintos, los platelmintos, los rotíferos y otras criaturas microscópicas, conocidas colectivamente como criptozoos.
Paul Davies, astrobiólogo de la Universidad Estatal de Arizona, no duda al respecto de encontrar maravillas naturales o nuevas formas de vida desconocida: “Podríamos tenerla frente a nuestras narices… o en nuestras narices.”
Pues eso, menos Amazonas y menos Indiana Jones, y más fijarnos en lo que nos rodea. De tan cotidiano, a veces nos olvidamos de lo extraño y biodiverso que es. O tal y como lo expresa Patricia Schultz es su libro 1.000 sitios que ver antes de morir:
Para mí todo se reduce a una cuestión de punto de vista: como le dijo el sherpa a Edmund Hillary en las laderas del monte Everest, algunas personas viajan sólo para mirar, mientras que otros lo hacen para ver. Algunos guerreros de la carretera pueden ir de Nueva York a Los Ángeles a toda mecha sin guardar ni un detalle del recorrido en su memoria; yo puedo pasear por una manzana en el centro de Manhattan y volver a casa con un cartón de leche y varias historias que contar. Al final, la cantidad de kilómetros recorridos no guarda relación con el placer real que nos proporciona un viaje; la belleza inherente del mundo y la promesa de todos los tesoros aún por descubrir nos rodea en todo momento.
Fotos | Sergio Reyes En Diario del Viajero | El Jardín de El Capricho, una alternativa poco conocida al Retiro