Cuando visitas por primera vez Hiroshima crees que te vas a encontrar una ciudad con cicatrices, profundos surcos que pongan de algún mondo de manifiesto la trágica historia que se asocia al lugar.
Pero cuando llegas allí te encuentras con una ciudad jovial, amable y muy acogedora que tiene muy presente su pasado aunque sin rencor alguno y que pone todos sus esfuerzos en que no se repita la tragedia que ellos vivieron.
Desde el 6 de agosto de 1945 Hiroshima es conocida mundialmente por los devastadores efectos de la bomba atómica y esta es la razón por la que millones de turistas visitan la ciudad anualmente.
Este peregrinaje tiene su punto de encuentro en el Parque de la Paz y el museo que se hallan en el epicentro de la bomba. A su alrededor la ciudad reconstruida.
El mejor lugar para empezar nuestra visita es la Cúpula de la bomba Atómica – 原爆ドーム Genbaku Dome -, un edificio construido en 1914 que era utilizado para la promoción industrial de la prefactura, pero que resultó ser el edificio más cercano a la bomba que sobrevivió a la explosión. El edificio, que sigue en pié, se mantiene tal y como quedó como recuerdo de la devastación nuclear.
En el parque también encontramos uno de los monumentos más tristes, llamado Monumento Conmemorativo de la Paz de los Niños - 原爆の子の像 -.
Este monumento se creó en memoria de Sadako Sasaki - 佐々木 禎子 - y los niños que murieron por los efectos de la bomba atómica.
La historia de Sadako Sasaki es conocida hoy en día por todos los niños japoneses.
Sadako Sasaki se estaba muriendo de leucemia en el hospital, cuando su mejor amiga, durante una visita, empezó a hacer pajaritas de papel. En la cultura japonesa existe un proverbio que dice que a cualquiera que sea capaz de hacer con sus manos 1000 pajaritas de papel - origamis -, le será concedido un deseo. Así que Sadako se unió a su amigo y dedicó sus últimos días de vida a hacer los 1000 origamis.
La historia dice que Sadako sólo pudo hacer 644 antes de morir, por lo que sus amigos y compañeros de colegio hicieron los que faltaban hasta llegar a los 1000 y los enterraron junto a su cadáver.
Pero posiblemente la más desgarradora de todas las visitas tiene lugar en el Museo Memorial de la Paz.
Se trata de un recinto en el que se nos explica fríamente cómo y dónde cayó la bomba con exactitud y sus efectos posteriores, para después poner a nuestro alcance decenas de pequeñas historias reales de gente que vivió y murió en la tragedia; historias que tienen cara, nombre y apellidos y de las que se conservan pequeños objetos como la ropa, un mechón de pelo o libros escolares, porque entre las víctimas había muchos niños a causa de la proximidad del colegio. Sin embargo, y al contrario de lo que cabría esperar, el tono del museo contiene la justa medida de evocación para que resulte muy poderosa, pero evitando cualquier exceso de morbosidad que provocaría que la visita se hiciera insoportable para la memoria y la sensibilidad del viajero.
Aunque parezca mentira, todavía existe gente viva que sobrevivió a aquel horrible evento. Son los llamados Hibakusha - 被爆者 - . El museo pone a nuestro alcance la posibilidad de conocer a uno de ellos – pidiendo cita previa - que nos explique sus vivencias e impresiones sobre aquel hecho histórico. Sin duda una iniciativa muy pedagógica e interesante.
De todos modos Hiroshima es más que los efectos de la bomba. Su centro hierve de rabiosa modernidad como todas las ciudades japonesas, pese a ser básicamente una ciudad industrial.
Frente a su costa encontramos Miyajima, una isla sagrada que es imprescindible visitar y en la que podemos degustar sabrosas ostras.
Pero, posiblemente, lo más curioso para un español, es encontrarse con una ciudad que disfruta ostensiblemente de la gastronomía española –hay muchos restaurante españoles-, de lo que cabe concluir que tienen bastante buen gusto.