En el tramo de la Ruta de la Seda que circula por el noroeste de China se encuentra la ciudad oasis de Dunhuang, en la provincia de Gansu. Seis kilómetros al sur de esta ciudad se eleva una congregación de dunas llamadas Montaña de Arenas Cantoras, en cuyo corazón se abre paso un coqueto oasis conocido como el Lago de la Media Luna. Ambos puntos de interés convierten Dunhuang en un destino tremendamente popular entre los turistas chinos y entre los amantes de la Ruta de la Seda.
Estas dunas de arena fina del desierto de Taklamakan se elevan desafiando las leyes de la gravedad, llegando tan lejos como la vista alcanza, aderezadas por el encanto del pequeño oasis con su lago en forma de media luna y con un edificio de arquitectura marcadamente oriental. Cientos de camellos llevan y traen turistas en largas filas, que desde la desafiante altura de la cima de las dunas parecen caravanas como las que debieron recorrer la Ruta de la Seda hace siglos.
No en vano, la duna que más altura alcanza llega a los 1.715 metros, y supone un gran esfuerzo en su ascensión tanto por el calor como por la dificultad de caminar por sobre la fina y suelta arena. Los pies se hunden por el camino, deslizando consigo la arena hacia abajo en pequeñas avalanchas, provocando en ocasiones un curioso fenómeno que en teoría provoca un “canto” por parte de las dunas, y que da nombre a este enclave.
Las denominadas como dunas cantoras, o también silbantes, son aquellas en las que se da un fenómeno de resonancia entre los granos de arena que las componen, emitiendo un curioso e inquietante sonido al producirse una avalancha de arena en las partes más empinadas de las dunas. Estas avalanchas pueden ser provocadas tanto de forma natural, por el viento que pasa sobre las dunas, como artificial, por el caminar de personas o animales. De hecho, Marco Polo ya mencionó en sus escritos este fenómeno: «las dunas que cantan a veces llenan el aire con los sonidos de toda suerte de instrumentos musicales, y también con el ruido de tambores y de choque de las armas».
El desierto de Taklamakan es el hermano menor del gran desierto de Gobi, que se sitúa un poco más al este, siendo ambos prácticamente colindantes. El desierto de Taklamakan roza las fronteras de China con Pakistán, Tayikistán y Kirguistán, y es el segundo desierto de dunas más grande del mundo, con sus crestas de arena logrando alturas de entre 100 y 300 metros.
El agua que descendía de las formaciones montañosas que rodean el desierto de Taklamakan fue aprovechada para crear ciudades oasis, utilizadas por los comerciantes de la Ruta de la Seda para avituallarse y descansar. Encontrar estas ciudades era una bendición para los viajeros, pues el propio nombre del desierto de Taklamakan, que significa «entra y nunca saldrás», da buena idea de su peligrosidad. Así, podemos imaginar la dificultad de atravesar este enclave geográfico hace tantos siglos, así como la necesidad imperiosa de hallar estos oasis que tenían los viajeros. Como dato curioso, en este desierto se han encontrado momias con una antigüedad mayor a los 4.000 años, ¡qué barbaridad!
De acuerdo a mediciones tomadas en 1960, la profundidad media del lago en el oasis era de cuatro a cinco metros, con una profundidad máxima de siete metros y medio. Desde entonces y hasta ahora la profundidad media del lago ha ido descendiendo progresivamente, hasta el punto de casi desaparecer, si no fuera porque en el año 2006 el gobierno local implementó medidas de restauración, consiguiendo que su tamaño creciera año tras año y asegurando su conservación.
Gracias a estas medidas de conservación, Dunhuang se ha convertido en uno de los lugares más turísticos de China. De hecho, quizá demasiado turístico, y cientos de turistas chinos portando cubre botas naranja fosforescente romperán el encanto paisajístico del desierto. Así mismo, al ser una ciudad de muy pequeño tamaño, y debido al sistema de oferta y demanda, los precios han crecido considerablemente por encima de la media de otros lugares. No obstante aún es fácil encontrar hostales económicos, y el mayor problema lo supone el transporte, ya que las vías de tren no llegan hasta Dunhuang y los trayectos en autobús hasta las ciudades de Jiayuguan o Urumqi duran más de 10 horas y no siempre te tocará subir en autobuses modernos.
El precio de la entrada para ver las dunas y el oasis es de 120 yuanes (unos 15 euros), aunque es de esperar que el precio siga subiendo año tras año. Por si fuera poco, 25 kilómetros al sureste de Dunhuang se encuentran las Cuevas de Mogao, Patrimonio Mundial UNESCO desde el año 1987, y otro de los lugares con más encanto para visitar en toda China y en la Ruta de la Seda.
Fotos | Juan Alberto Casado En Diario del Viajero | Garmeh, un oasis en el desierto iraní