Lo de Javier fue extraño. Una mañana abrí el correo. Encontré mensaje titulado “vuelta al mundo”; decía que había visto mi moto y la había reconocido porque apenas hacía dos semanas aparecía un artículo en Interviú sobre mis aventuras y también se le citaba en él como aventurero. Las casualidades de la vida. En menos de un mes coincidíamos tanto en el papel como en la realidad.Se presentó un chaval delgado, de mirada viva y alegre hablar. Me cayó bien. Mantenía viva la llama, la ilusión por el viaje. En ocasiones el nómada ya no la siente, se mueve por inercia, porque ya no sabe hacer otra cosa. Hay nómadas que si dejan de serlo se convierten en simples mendigos sin empleo ni aspiraciones. No así Javier, un tipo digno y hasta elegante.
Lo de Iván fue cosa del twitter, maldita red de pocas palabras y mucho barullo. Amigos comunes nos recomendaron que nos viéramos en Estambul. Cruzamos unos mensajes por Twitter y Facebook y quedamos en vernos a las ocho en la Torre Galata, resto del periodo bizantino, de cuando los almogávares aragoneses defendían frente a los otomanos los restos del Imperio Romano de Oriente.
De conversación viva y ágil, Iván es un apasionado de los viajes y la lectura. Ha hecho la página Leeryiajar.com. Extravertido, campechano y alegre, fue fácil congeniar. También es cierto que a ello ayudó el visitar el restaurante de tapas españolas Que Tal. Allí, la dueña, nos sirvió tres cócteles letales, altos en ginebra, que tuvieron dos efectos: el primero fue libertar nuestras inhibiciones y hacernos parlanchines; el segundo fue terrible resaca matutina. Al despertar, decidí abandonar Estambul cuanto antes porque de nuevo me estaba convirtiendo en otro más de sus 14 millones de vecinos.
Fotos:Miquel Silvestre