Es el caso de la frontera entre Kirguistán y China, una frontera que se dibuja a través de la cordillera del Pamir y el Tian Shan. Los pasos fronterizos de la región quedaron señalados desde hace centenares de años en pocos pasos de montaña accesibles en ocasiones sólo durante el verano. El Paso de Irkeshtam es uno de estos pasos.
Se dice que este paso lleva siendo usado desde hace más de mil años y es que se tiene presencia escrita de éste en textos del siglo III a.C.. Sea como sea, el paso se popularizó con la Ruta de la Seda y unió definitivamente Europa con el lejano oriente asiático. A través de él fluyeron mercancías, materiales, culturas, personas e ideas.
Su situación a 3.005 metros de altitud lo convierten en un lugar apasionante en medio de las montañas. Se trata además, la ruta más frecuentada para cruzar de Kirguistán a China (y al revés) ya que presenta asfalto en algún tramo de la parte china. Su rival, el paso de Torugart, es probablemente una experiencia mucho más épica y evocadora pero tan sólo accesible si se viaja con una agencia de viajes.
Una de las maneras de hacer el cruce es tomando un autobús tortuoso y sólo apto para valientes que en aproximadamente unas 30 horas (pueden ser muchas más si se retrasa en los procedimientos fronterizos, yo estuve prácticamente dos días) enlaza las ciudades de Kashgar en China y Osh en Kirguistán. Dicho bus sale 3 veces por semana en ambas direcciones y cuesta unos 50 euros.
Imagen | Peretz Partensky En Diario del Viajero | China: El mercado dominical de Kashgar En Diario del Viajero | 10 países para visitar antes que llegue el turismo (II)