En los últimos años, multitud de rodajes de cine y televisión se han mudado de Los Ángeles y Nueva York a la vecina del norte, a Canadá. En concreto, a Toronto, una ciudad que ha tomado el relevo de Vancouver como el otro gran polo de la industria cinematográfica del país. El "Hollywood del norte" tiene dos sedes, una en la costa del Pacífico y, la otra a orillas del lago Ontario, en los Grandes Lagos que separan Canadá de Estados Unidos en el este, y visitar una de esas dos ciudades puede ser una experiencia interesante para los aficionados al séptimo arte y a las series de televisión.
Toronto, en el estado la provincia de Ontario, tiene una industria alrededor de los rodajes que mueve unos 2.000 millones de dólares al año, y que va mucho más allá de su festival de cine, que se celebra en septiembre y que, para muchos expertos, marca el principio de la carrera hacia los premios Oscar. Y esa importancia en el panorama cinematográfico mundial es, tal vez, lo que es más conocido de esta ciudad, repleta de grandes rascacielos de cristal, y en la que merece la pena pasear por sus calles si tenemos la oportunidad de ir allí. Aunque sea sólo por un par de días.
Qué ver en Toronto
Si buscamos por internet información turística sobre la ciudad que se salga de las páginas oficiales, lo más habitual es que nos encontremos con recomendaciones de aprovechar para ir a las cercanas cataratas del Niágara y poco más. Y, realmente, Toronto no es un lugar con muchas atracciones turísticas en el sentido "tradicional" del término. No tiene grandes monumentos y queda bastante poco de lo que era la ciudad antigua, entre finales del siglo XVIII y mediados del XIX. Su encanto está en otras cosas.
Por ejemplo, de los más de 2,7 millones de habitantes que tiene la ciudad, aproximadamente la mitad pertenece a alguna minoría étnica y, según la ONU, es la segunda ciudad en el mundo, por detrás de Miami, con un mayor porcentaje de población nacida en el extranjero. Esa diversidad entre sus gentes es de lo más destacable cuando se pasea por sus calles, y uno de sus principales atractivos. Eso se traduce también en una gran facilidad para encontrar restaurantes de los tipos de comida más diferentes posibles, con gran predominio de los asiáticos.
Ser la capital comercial de Canadá, probablemente, facilita esa característica, y también determina la configuración urbana de Toronto. Lo más habitual es que, si vamos allí de visita, nos vayamos a mover por la zona del Financial District y Downton, dominadas por altísimas torres de bancos, aseguradoras y compañías financieras, y que a veces dan la sensación de que caminamos más por Nueva York que por Toronto, una de las razones de su popularidad para rodajes (aparte de sus ventajosos incentivos fiscales). En los bajos de mucha de esas torres, y también en sus últimos pisos, se encuentran algunos de los restaurantes y bares más conocidos de la ciudad.
Y de los más caros, porque Toronto no es un destino barato. Es muy común que los precios en tiendas y restaurantes no incluyan los impuestos indirectos y comer, incluso en uno de los ubicuos Tim Horton's (la respuesta canadiense a McDonald's), puede acabar llevándose una parte muy importante de nuestro presupuesto.
Como nota personal, yo estuve en Toronto no por turismo, sino por un viaje de trabajo que me dejó dos días libres para conocer la ciudad. En tan poco tiempo se puede tomarle el pulso de una manera general, pero es necesario más tiempo (y dinero) para disfrutar de una de las mejores cosas de la ciudad: su amplia oferta cultural y deportiva.
Los paseos más largos
Toronto tiene un sistema de transporte público formado por una pequeña red de metro, tranvías y autobuses, pero también es una ciudad en la que es posible caminar sin problemas, aunque esas caminatas acaben siendo de varias horas. Es una buena manera de ver lo más destacado que tiene, que es su energía y la diversidad de sus habitantes.
La calle Yonge, incluida entre las calles más largas del mundo, es la que se considera el centro, y la que divide la organización de las calles perpendiculares a ella en oeste y este. Podemos tomarla como referencia para organizar nuestras caminatas porque, por ejemplo, a partir de ella hacia el este encontraremos la Old Town, la ciudad histórica. Está marcada por la catedral anglicana de St. James, el mercado de St. Lawrence (cuya visita merece la pena por ver los coloridos carteles de sus puestos de carnes, panadería y frutas) y unas diez manzanas de casas de estilo georgiano, en su mayoría, que marcan el lugar donde nació Toronto, según afirman los carteles con los nombres de las calles. Si atravesamos ese distrito llegaremos a The Distillery Districts, en el que se han reconvertido en locales de moda antiguas destilerías y edificaciones industriales.
El barrio presenta un contraste interesante con el distrito financiero, al oeste de Yonge, porque predominan edificios de ladrillo con muchas menos alturas. Es posible encontrar lugares interesantes callejeando por la zona. Si nos adentramos bastante en Old Town por Front St. veremos, por ejemplo, una vieja fábrica de ladrillo rojo que ahora es un teatro, el Imperial Oil Opera Theatre, y hay bastantes más locales del mismo estilo desperdigados por allí.
En la parte oeste de Front St., por otro lado, podemos ver dos imponentes moles edificadas entre 1927 y 1929, y situadas una enfrente de la otra. Por un lado está Union Station, el principal enlace de comunicaciones de la ciudad, sobre todo por tren, y al otro lado de la calle encontramos el hotel The Fairmont Royal York, con una arquitectura muy característica de los rascacielos construidos en aquella década en Nueva York. Union Station nos sirve de referencia para acercarnos a otro centro importante de Toronto, en este caso, para los aficionados al deporte, el Air Canada Centre.
El pabellón deportivo es la sede de dos de los cuatro equipos profesionales de la ciudad, los Raptors de la NBA y los Maple Leafs de la NHL (también están los Blue Jays de la MLB, cuyo estadio incluye una curiosa instalación artística del escultor Michael Snow, y el Toronto FC de la MLS, cuyo estadio se encuentra a las afueras), y merece la pena entrar por su entrada lateral (la "Galleria") para ver un recordatorio al edifico que ocupaba originalmente el lugar, una oficina de correos de la que se conservan un par de muros estilo art decó integrados en la estructura del pabellón actual. Y porque el hockey es todo un estilo de vida en Canadá. A un par de manzanas de Union Station, por ejemplo, está el Salón del Fama de ese deporte, que ocupa un edificio del Banco de Montreal de la década de 1890.
En la su misma calle, caminando hacia el mercado de St. Lawrence, podemos ver el edificio Gooderham, conocido también como Flatiron por su estrechez y su forma triangular para ajustarse a la esquina de las calles Front y Wellington. Su construcción, en 1892 con ladrillos rojos, lo hace destacar de los alrededores, al igual que su altura sea menor.
Del lago a Chinatown
El Air Canada Centre se encuentra al otro de las vías del tren que pasan por el sur de la ciudad, y puede marcar el principio de un paseo hacia Harbourfront, o lo que es lo mismo, la orilla del lago Ontario. Es cierto que no es un paseo demasiado "bonito"; hay que caminar por debajo de la Gardiner Expressway que rodea la ciudad y, de primeras, puede dar la sensación de que no es un lugar demasiado destacable. Pero en su "paseo marítimo" hay unos cuantos bares, la galería de arte moderno The Power Plant (situada en una antigua central eléctrica, de 1926, para los servicios de calefacción y refrigeración de los almacenes de la terminal de embarcaciones) y los muelles donde parten los ferrys turísticos.
El lago marca uno de los extremos de la ciudad que podemos visitar. El otro sería el campus de la Universidad de Toronto, donde está el Royal Museum of Ontario, y los barrios de Chinatown y Kensington Market, fácilmente accesibles si seguimos Spadina Ave. hacia el norte. Kensington Market recuerda un poco a una Camden Town londinense que todavía no se ha puesto de moda, un pequeño barrio de casas bajas, muchas sin renovar, en el que han florecido restaurantes y cafés hipsters. El contraste con la vecina Chinatown, que mantiene todos los rasgos tradicionales característicos de los distritos habitados por población china, es curioso, cuanto menos.
Desde allí, merece la pena regresar por University Ave. hacia la calle Dundas y, allí, desviarnos hacia Yonge para ver otros de los teatros de la ciudad, como Elgin & Winter Garden, el Ed Mirvish y Massey Hall. La escena de Toronto está dominada por obras en gira desde Nueva York y, sobre todo, Londres, y se pueden ver muchos de los grandes éxitos de Broadway y el West End.
Podemos bajar por Yonge hasta la esquina con Queen St., en la que merece la pena adentrarse hacia el oeste (es fácil orientarse; las direcciones empiezan a estar marcadas como Queen St. W). Allí se levanta el antiguo ayuntamiento, con un monumento a los soldados canadienses caídos en las dos guerras mundiales, y una explanada en un lateral en la que suelen organizarse diversos eventos. Cuando yo estuve por allí, había uno a propósito de los Juegos Indígenas de Norteamérica. Además, si continuamos caminando un poco más, nos daremos de bruces con uno de los reductos de arquitectura victoriana que todavía quedan en pie: Osgoode Hall.
Construidos entre 1829 y 1832, esta serie de edificios albergó en su momento una escuela profesional de Derecho y los organismos reguladores de los abogados de Ontario. Están rodeados por un parquecito por donde es habitual ver a vecinos de la zona paseando a sus perros, y es un curioso remanso del siglo XIX en medio de los rascacielos del Downtown. Hay otro al otro lado de la avenida University (georgiano, en este caso), Campbell House, edificada en 1822 para el juez principal del Alto Canadá.
La ciudad subterránea
Con estos paseos podemos cubrir gran parte de las zonas más destacadas de Toronto, pero todavía nos dejaremos una zona bastante común en urbes sometidas a duros y largos inviernos: la red de pasadizos subterráneos que permiten que la recorramos casi entera sin tener que salir a la calle.
En Toronto, esa red se denomina PATH, y conecta casi todo el centro de la ciudad. Sus entradas están en los bajos de edificios comerciales o en plena calle, señalizadas de la manera que se ve en la foto de arriba, y más que pasadizos, son como calles subterráneas repletas de tiendas y restaurantes. Orientarse por allí no es fácil si no eres residente (igual que encontrar las indicaciones de sus entradas), aunque hay mapas para intentar encontrar un sentido al laberinto. Es, en realidad, un gran centro comercial bajo el centro de Toronto.
Dos días no dan para un conocimiento más que superficial de la ciudad. Si aprovechamos para caminar (rezando para que la climatología nos respete), podemos hacernos una idea de cómo es el lugar y de la energía que tiene. Por supuesto, siempre está a nuestro alcance visitar el Royal Ontario Musem, o la Art Gallery of Ontario, o su acuario, o subir a lo alto de la Torre CN por sus vistas de Toronto. Y si nuestro presupuesto es elevado, lo mejor es aprovechar algunas de las actividades teatrales de la ciudad.
Cómo ir a Toronto
¿Y cómo vamos a Toronto? Air Canada tiene vuelos directos a varias ciudades españolas, incluidas Madrid y Barcelona, pero no hay demasiados. Lo más habitual es que el viaje se haga con aerolíneas estadounidenses y, por tanto, que tengamos una escala en algún aeropuerto allí, generalmente en Nueva York, que está a una hora y media en avión, aproximadamente.
Eso quiere decir que, para entrar en el país, si somos ciudadanos de un país del que no se requiera visado, necesitamos tener en regla dos visados electrónicos: el ESTA estadounidense para la escala y el eTA canadiense, implantado hace unos meses.
Y, después de toda esta parrafada, no hemos comentado nada de lo que podemos comer allí. Tremendo despiste por mi parte. Pero es que no debéis obsesionaros con buscar comida canadiense. Como decimos, lo mejor de Toronto es la enorme variedad internacional de sus restaurantes (hasta en la terminal 1 del aeropuerto hay uno asiático que merece la pena, Lee Kitchen, sucursal del local que el chef Susur Lee tiene en el centro de la ciudad), pero si buscamos especialidades locales, hay tres cosas que podemos probar.
Por un lado, es muy habitual encontrar sirope de arce por todas partes como souvenir: en jarritas, en galletas, en caramelos... Desayunar tortitas con sirope de arce es, probablemente, de lo más canadiense que podremos hacer durante el viaje. Luego, está el poutine, una especialidad de Québec consistente en patatas fritas, queso cheddar y salsa de carne. Y, por último, están los sandwiches de peameal bacon, carne que, originalmente, se curaba enrollada en guisantes amarillos.
Fotos | Elaboración propia
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