La iconografía motorizada estadounidense ha construido la leyenda de la Ruta 66, carretera abierta en 1926 que conectaba Chicago con Santa Mónica a lo largo de 3940 kilómetros. La vía sirvió para llevar inmigrantes al oeste durante la Gran Depresión y se hizo famosa gracias a un blues de finales de los cuarenta y a una serie de televisión en los sesenta. Había nacido el mito de la recta interminable. Aunque la ruta desapareció en 1985, miles de turistas se lanzan cada año buscando el sabor de road movie norteamericana.
Existe, sin embargo, otra ruta histórica menos conocida pero quizá más interesante, sobre todo para los muchos españoles que viajan cada a Estados Unidos. La Old Spanish Trail. Va desde St Agustin, en Florida, hasta San Diego en California. Atraviesa ocho estados y recorre 4.000 kilómetros. A diferencia de la R66, la OST supone un auténtico costa a costa, del Atlántico al Pacífico, y sobre todo se asienta sobre el profundo pasado español en Norteamérica.
Desde Borrego Springs viajo hasta San Diego. La emoción al divisar el Pacífico es intense. He cruzado USA de costa a costa. Un viaje muy atractivo e interesante que recomiendo vívamente. En la ciudad visito la primera misión franciscana fundada en 1769 por el mallorquín Fray Junipero Serra, único español con estatua en el Capitolio. En total hay veintiuna misiones, repartidas a lo largo de 996 kilómetros de lo que se conoce todavía como el Camino Real. Una de otra dista unas treinta millas, o lo que es lo mismo, un día de caballo. Visitarlas supone una fenomenal experiencia pues la senda discurre por grandiosos paisajes que van desde los más áridos desiertos, los bosques más frondosos, las playas más blancas y los valles más fértiles.
Abandono Los Ángeles y me dirijo hacia el norte por la asombrosa Carissa Highway que circula entre redondeadas colinas de pasto seco debido a la sequía. Es como hacer surf por un océano de dunas amarillas. En pleno éxtasis motocilista llego a la Misión de San Antonio de Padua. Es un lugar maravilloso y tranquilo.
Construida con adobe encalado, el edificio principal es una iglesia de tejado a dos aguas y alta fachada de la cual salen unos pabellones anejos de una sola planta que forman un claustro con jardín en cuyo centro borbotea una fuente. Frescas y silenciosas, ofrecían reposo para la educación y cuidado de los nativos, refugio para la oración y sede para la gestión administrativa de la agricultura y la ganadería. Secularizadas en 1834 por el Gobierno Mexicano, las misiones españolas se convirtieron en propiedad estatal y entraron en una imparable decadencia.
Por desidia, saqueos o por la inestabilidad sísmica, quedaron totalmente arruinadas a principios del siglo XX sin que a nadie pareciera importarles. Salvo a una persona. William Randolph Hearst, Ciudadano Kane, quien se construyó un delirante castillo en las inmediaciones de la misión de San Antonio de Padua. El mismo tipo arrogante que alentaba la Guerra de Cuba contra España desde sus periódicos, restauró de su bolsillo el viejo edificio eclesial después de que un terremoto lo arrasara por completo. La intervención del magnate tendría otro efecto curioso. Hearst saldó a finales de la década de los 30 las cuantiosas deudas con el fisco cediendo al Gobierno sus tierras con rancho y misión incluidos. El terreno se destinó a campo de entrenamiento militar. San Antonio de Padua es así la única misión que aún permanece en despoblado.
Tomo la Nascimento Road, una estrecha vereda que recorre las faldas de una montaña y desemboco en el Pacífico justo a la caída del sol. Es la Highway I. Ante mi se despliega la carretera más bella que nunca haya visto. Pegada al océano, se suceden las millas y millas de curvas, subidas y bajadas. Es un paisaje similar al mediterráneo de la Costa Azul, la Costa Brava o la Costa Blanca. Pero sin casas ni urbanizaciones. Es solo naturaleza pura y salvaje.