Se puso en marcha hace unos 1.700 millones de años, y no fue descubierto hasta hace relativamente poco, en 1972, gracias a un grupo de mineros franceses. El lugar se encuentra en África.
Concretamente, Oklo, que así se llama el lugar, está en Bangombé, Gabón (antigua colonia francesa en el África ecuatorial occidental), en las minas de uranio de Franceville. Fue allí donde se produjeron fenómenos espontáneos de fisión nuclear que habían consumido 500 kilogramos de uranio a lo largo de cientos de miles de años (lo suficiente para fabricar una docena de bombas nucleares).
Al descubrirse un lugar tan extraño como Oklo, enseguida se disparó la imaginación de las mentes más fantasiosas, tal y como explica el químico Sam Kean en su libro La cuchara menguante:
algunos grupos marginales se abalanzaron sobre Oklo como “indicio” de teorías como las de civilizaciones africanas hace mucho tiempo desaparecidas o de lugares de colisión de naves espaciales alienígenas impulsadas por energía nuclear.
Para que os hagáis una idea del poder del uranio, una tonelada de uranio natural produce una energía equivalente a más de 16.000 toneladas de carbón, 80.000 toneladas de petróleo o 40 millones de kilovatios/hora de electricidad.
La fisión nuclear, pues, también es un fenómeno natural. Y la fusión nuclear, si bien no se produce en nuestro planeta, es también un fenómeno que podemos encontrar en el centro de estrellas como nuestro Sol. Como viajar hasta allí todavía es cosa de ciencia ficción, al menos os queda la alternativa de pisar Oklo, aunque el reactor de sus entrañas lleve eones apagado.
Foto | RobertoUderio