Nuestro viaje por la Ruta de la Plata comienza en la asturiana Gijón, ciudad fundada por los romanos en el siglo I DC; de hecho, existe una estatua de Octavio Augusto justo al lado de las romanas termas de Valdés y frente a la fantástica playa de San Lorenzo, con su forma de media luna y su recio muro, que protege el paseo marítimo de los embates del Cantábrico.
Recorremos Cimadevilla, el barrio viejo que se encarama sobre una loma y que termina en un parque en cuyo extremo hay una descomunal escultura del genial Chillida, Elogio del horizonte. El hierro oxidado desafía al salitre, al viento y al tiempo. La sabiduría popular le ha atribuido otro nombre menos glorioso debido a su forma, pero por decoro nos abstendremos de mencionarlo aquí.
En la Playa Mayor, donde se haya el ayuntamiento, hay alguna sidrería donde probar las delicias locales: la sidra y la fabada, imprescindibles manjares en toda visita astur que se precie, pero con prudencia y mesura, porque tenemos que comenzar el viaje en moto y el alcohol y la mucha comida son nuestros peores enemigos.
Antes de salir rumbo al sur, visitamos un edificio monumental gijonés poco conocido para los no gijoneses: La Universidad Laboral, el edificio más grande de España con 270.000 m2. Construido durante los años 50, cayó en el abandono en los 80 y corrió riesgo de derribo; afortunadamente, ha sido rescatado y hoy ofrece un amplio abanico de ofertas culturales.
Salimos sin prisa de la ciudad para recorrer alejados de la autovía los pintorescos municipios de Llanera, Ribera de Arriba, Morcín y Riosa antes de alcanzar Mieres. La ruta es sinuosa y verde, frondosísima y fresca. Y entonces encaramos la subida a Pajares, el mítico puerto, cuya carretera es de buen firme y curvilíneo trazado, una delicia en verano y un desafío en invierno. Las moles rocosas, grises y musculadas de las montañas centrales nos hacen de silenciosa escolta.
Pasamos por los pueblos de Aller, Lena y la Pola de Gordón; a ambos lados de la ruta podemos descubrir algunas iglesias y ermitas románicas. Al final del macizo montañoso, espera la señorial ciudad de León, que fuera capital de un poderoso reino, con sus murallas y su catedral y su cecina de vaca y su animado Barrio Húmedo donde remojar el gaznate reseco de tanta belleza y buscar posada en el Parador.