Nueva Orleans aparece como un horizonte erizado de rascacielos al final de un interminable puente autopista que cruza el lago Pontchartrain. A primera vista es como cualquier otra ciudad estadounidense presidida por el reluciente skyline de los negocios. Hasta que se abandona la interestatal y uno se pierde en el coqueto Barrio Francés.
Surge entonces una de las poblaciones con más encanto arquitectónico de un país caracterizado por un urbanismo anodino, desangelado e impersonal. Nueva Orleans tiene personalidad. Mucha personalidad. Casas con soportales, balconadas, rejas, faroles. Hay alma en estos edificios y en estas calles. La música que suena en cada rincón no es banda sonora de un decorado, es real lo que se vive aquí.
Tras el desastre del huracán Katrina se reconstruyó entera tal y como era antes. Pero no fue la primera reconstrucción. La ciudad sufrió un devastador incendio en el siglo XVIII y si hoy luce con todo su romanticismo francés fue porque un español ordenó su rehabilitación. Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana Española.
El viajero quizá se sorprenda al pasear por la famosísima Bourbon Street y encontrar unas placas hechas con azulejos de Talavera de la Reina donde se informa de que esa calle se llamaba en tiempos de la presencia española del Borbón. Todo el centro histórico está surtido de estas placas que recuerdan los viejos nombres españoles.
¿Quieres saber algo más del pasado español de Nueva Orleans y de quien fue Bernardo de Gálvez? Te lo cuento en el vídeo.